Vive el presente, no el futuro.

Vive el presente, no el futuro. No esperes a que llegue mañana, disfruta de lo que tienes hoy.

9/29/2011

Acorralada 3º parte

 Me había desmayado. Mirando a mi alrededor había podido observar que estaba en un hospital. Había despertado y me había sentido sola, no había nadie conmigo. Sola de nuevo. Pero desde hacía rato la polícia se había marchado. Eran los únicos visitantes que había tenido hasta ahora. Tampoco es que necesitara a nadie, pero quería estar acompañada y no salir de este hopistal sola. Era de noche. De noche. Oscuridad.
 No tenía miedo a la noche, a la oscuridad, pero la noche pasada me había calado muy hondo lo sucedido. Ahora solo deseaba cerrar los ojos y que al abrirlos viera nada más que una brillante luz que alejaba las sombras. Porque cada vez que mi cuarto se íba oscureciendo másy más las imágenes regresaban a mi mente como unas diapositivas. Y yo no quería recodar. 
 Era una miedica. Estaba transtornada y encima era una farsante, una mentirosa. Había mentido. ¡Mentido! Y sencillamente no podía creermelo aún.
 -¿Qué le sucedió, señorita? ¿Le hicieron algo los delicuentes a los que tratábamos de atrapar?--había preguntado uno de los polícias. Rechoncho, bajito, con gafas de pasta negra y pelo negro rizado, corto. A ese no le había visto anoche, la verdad es que no sabía cómo había llegado al hospital ni quién se había  parado frente mía ni que había pasado después de ahí.
 -No lo sé. Yo iba de camino a mi casa cuando esos dos pasaron corriendo por el callejón y me aparté sorprendida y asustada al ver que uno de ellos portaba un arma.....
 -¿Reconoció a alguno? ¿Les vio el rostro?
 Había negado con la cabeza. El miedo me había inundado el cuerpo otra vez, pero yo, en vez de decir la verdad y que me ayudarán.....No. Dejé el caso aparte.
 Ni les había ayudado a ellos ni a mí misma.
 El rostro que había visto, el que podría ayudar a esos polícias con su investigación o lo que fuera que estuvieran haciendo, no se lo decía. No le había descrito.
 Recordando la escena una vez más me di cuenta de que sabía muchísima más información de lo que pensaba. Sí, podía reconocer ese rostro en cualquier lugar pero.....por su nombre también. Christian.
 Christian se llamaba el chico....
 ¡Stop! Frené mis pensamientos en seco. No me podía permitir seguir pensando en nada que me hiciera mal, que me hiciera daño.
 Dirigí mis pensamientos hacia una dirección menos dañina. Mañana, Lunes, tenía que ir a trabajar. Mi compañera, Diana, no tenía las llaves de la tienda, por lo que me tocaba a mí "madrugar". Ahora, desde hacía unos meses, estaba trabajando en la tienda de Stradivarius, pero antes había estado trabajando en una de zapatos. Me gustaba más la ropa. Era lo mejor que podía hacer hasta que me animara a estudiar en la universidad periódismo. Pero mis ganas menguaban.
 Una enfermera entró en mi habitación. Llevaba el pelo recogido en un moño y unas sandalias de modas que realmente eran confortables de color blanco. Yo tenía unas iguales pero en azul. Y llevaba el uniforme completamente blanco y reluciente. Casi brillaba.
 Me dio el visto bueno para abandonar el hospital y en cuanto hubo cruzado la puerta, saliendo de la habitación me puse en pie. No tenía mucho que recoger. Casi nada en realidad, solo mi ropa. La que debían de haberme quitado y sustituido por ese horrible pijama de hospital. Al menos todavía llevaba mi ropa interior.
 No me molesté en hacer la cama suponiendo que ya se encargaría alguien de limpiarla. Caminé por el pasillo hasta doblar en una esquina y llegar al recibidor, la zona de espera. Como era normal, había bastante gente allí sentada y me dio cierta envidia. Esas personas no estaban sola, como yo.
 Me paré frente a la puerta, observando mi propio reflejo en el cristal. Era noche cerrada y no quería alejarme de allí. No quería salir a la calle, a las pocas zonas iluminadas de las lámparas.
 Respiré hondo. Mi corazón se había empezado a acelerar. Cerré los ojos un segundo y volví a abrirlos decidida a no perder un minuto más. Me acerqué rápidamente hacia las puertas mecánicas y salí del hospital justo cuando ambas se abrieron, dejando escapar la oportunidad de arrepentirme y volver dentro.
 No tenía coche. No tenía como llegar a mi casa, y la última guagua ya había pasado por allí.
 Desde lejos vi una hilera de taxistas esperando su turno para marchar, para hacer algo. Caminé hacia ellos. El primer taxi, el que conducía una mujer de unos cuarenta y pico de años se ocupó en el mismo instante en que llegué yo y me tuve que fastidiar. Entré en el segundo, el que conducía un hombre viejo con patillas y bigote marrón y la parte superior de la cabeza calva. Tiró el cigarrillo al suelo y ocupó el asiento del piloto.
 No entendía la estúpida obsesión que tenía acerca de los hombres que conducían un taxi. Sencillamente las muejres me parecían más seguras, me daban confianza.
 Me dejó en la calle Romero número 57, piso 3. Allí vivía yo y frente al portal del edificio estaba aparcado mi cochecito mini. Solo tenía dos puertas, con cuatro asientos y un portabultos normal. Era blanco. Un toyota yaris con cierto encanto. No era la última moda, pero era lo que me gustaba y podía permitirme.
 Entré en mi apartamento multicolor y lo primero que hice fue darme una larga ducha calentita que calmó mis músculos. Pero no mi cabeza, mi mente, mi corazón.....
 Me había trasladado a otro lugar. Estaba cerca de mi casa. Cruzando la esquina. El corazón me latía y me desgarraba mis miembros. Tenía una sensación de inseguridad dentro del cuerpo que no pude explicar.......Era "miedo". Martilleaba mi corazón, haciéndolo correr y bloqueaba mi mente, impidiéndome pensar.
 Giré por la familiar esquina, esperando ver la calle Rodrigo. Tan llena de edificios que a veces me apenaba. Había tantos vecinos.....Aunque yo solo conocía a los de mi edificio. Los otros....me sonaban sus caras, pero no los conocía.
 Al llegar a la señal de prohibido el paso me paré en seco. El mundo se tambaleó lentamente hasta desaparecer. Se fue creando un lugar distinto a mi calle, pero yo no lo reconocía. Miré a un lado y a otro pero no había nada que delatara a ese lugar una pizca de familiaridad.
 Metí mis manos en mi chaqueta. ¿Mi chaqueta? ¿Mis bolsillos?
 No había. NO había ningún agujero por donde meter mis manos y resguardarlas del frío. Observé mi corto vestido zafiro y mis zapatos de tacones negros.
 ¿Y esta ropa?
 Tenía también un bolsito pequeño cruzado al hombro negro.
 Volví la vista atrás. Era de noche y estaba oscuro. Al final del callejón solo distinguía más callejón.
 Comencé a caminar lentamente y vacilante hacia el frente. ¿Norte? ¿Sur? ¿Este? ¿Oeste? Ni idea de donde estaba. Ni idea.
 Mis tacones resonaban con fuerza, como si un tambor inmortalizara y aumentara su sonido.
 El callejón estaba poco iluminado. Apenas veía. Era ancho y sucio. Había charcos de agua en algunos sitios. Y mi miedo aumentó, paralizando mi cuerpo, impidiéndome avanzar.
 Resonó una voz. Una voz que no nunca había escuchado, riéndose. De algo. Me disparató todos los huesos y comencé a correr por el callejón, dirigiéndome hacia la luz.
 Plosh, plosh.....Resonaron unas pisadas que no eran las mías. Sobre los charcos de aguas.
 Rió. Rió más fuerte. Y solo pude oír eso. Una risa maliciosa, burlona.
 Le vi.
 A escasos centímetros, de mí. Allí estaba él.
 Grité.  

9/24/2011

¿Por qué yo?


   Muchas veces nos hacemos esta pregunta: ¿Por qué yo? Pero en realidad todo es una cuestión de filosofía. Nos hacemos esa pregunta por algo malo que nos ha sucedido y nos ha tocado vivirlo; por algo bueno y que no nos creemos que sea verdad y preguntamos lo mismo. Una y otra y otra vez. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?
 Pero en realidad no nos hace falta esa pregunta. No. Porque ya conocemos la respuesta. Es la vida. A cada uno le suceden cosas distintas. Quizás a uno le toque una peor ración de suerte que a otro, pero sin eso....no seríamos nosotros. No seríamos distintos.
 Esa pregunta: ¿por qué yo?; está fuera de lugar. Porque simplemente sucede y punto. Porque si no sucedería no tendríamos cada uno nuestra personalidad y no tendríamos las cosas buenas que tenemos. No seríamos nosotros mismos. Por que de los ERRORES se aprende. De las cosas MALAS también salen cosas buenas. De ellas, es de donde salen las buenas.
 ¿Por qué yo? Porque aún no has aprendido y de esta situación puedes sacar algo bueno.
 Asique....no te hagas esa pregunta en sentido retórico. No te lo preguntes porque pienses que eres un desastre ni porque eres un/a fracasad@ en la vida. Simplemente piensa.....en que es lo mejor para tí. Porque después de eso SIEMPRE viene algo bueno y recordarás que fue lo que hizo que viniera a ti.
 La pregunta correcta es: ¿Porque me toca aprender ahora a mí? Sí.

9/22/2011

Acorralada 2º parte

 Tragué saliva con fuerza. La navaja seguía pegada a mi piel, mi garganta. No quería moverme. Cabía la posibilidad que por un movimiento me la clavara yo misma. No me atrevía a abrir los ojos. Realmente seguía creyendo en mi interior que iba a pasar, que mi vida había terminado. Solo tenía que esperar a que hundiera un centímetro más el metal en mi garganta y rezar por que se diera prisa en hacerlo.Por que no fuera demasiado cruel e inhumano como para hacerme sufrir tanto tiempo.
 Pasaron los minutos y yo seguía allí con la sensación de la navaja en mi piel y el aire que soltaban los pulmones de mi asesino sobre mi cara. ¿Todavía no había muerto?
 Abrí los ojos de sopetón. Apenas podía creerme lo que veía. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿Realmente tenía un ángel de la guarda que en este instante me estaba protegiendo? Llegaba a resultar un poco estúpido que pensase que todo había sido obra de un ángel, que nunca me había protegido. Nunca. ¿Entonces qué sucedía?
 Su mirada desafiante y dura se cruzó con la mía mientras le estudiaba. Desafiante, asesina y ahora confusa y culpable y de nuevo asesina.
 Una parte de mí quería hacerle preguntas de las cuales necesitaba respuesta, pero me callé. El miedo atenazaba mis huesos y se comía mi piel. No tenía valor. Este chico podía matarme de un momento a otro. No quería ni respirar.
 Seguí el largo de su brazo hasta la mano y no vi nada. ¿Nada? ¿Y la navaja? ¡¿Dónde estaba la navaja?!
 Mi corazón volvió a dispararse. Volví la vista a su cara. Hacia ese psicópata. No se había movido. Su cuerpo estaba muy cerca del mío, tanto como para sentir su calor corporal, tanto como para oírle respirar.
 Mis piernas, que habían estado temblando, habían ralentizado el ritmo. Me fui calmando poco a poco y empecé a sentir los desperfectos de mi cuerpo.
 Los pies me dolían. Sobre la plantilla, las plantas de mi pies ardían. Mi pecho me dolía de las fuertes palpitaciones. Mi manos estaban rotas, acalambradas. Mi cuerpo, exhausto.
 Una de sus manos se levantó, desenterrando el puño que había estado apretando con fuerza. La acercó a mi cara y yo cerré los ojos inmediatamente, esperando sentir un golpe. ¿Quería golpearme? ¿Apuñalarme? ¿Matarme? ¿Qué quería de mí? ¡¿Qué?!
 Se salieron unas lágrimas de deseperación, tiñendo mi rostro.
 Sentí su mano moviéndose por mi piel, mi cara. Y la dejó medio en mi mejilla y medio en mi cuello, aprentando mi garganta con el dedo gordo con fuerza. Le miraba a la cara y él mis ojos lagrimosos.
 Sollocé.
 Él dio un paso más hacia mí y nuestros cuerpos se tocaron, en un indeseable acercamiento. Me miró con la cara ladeada.
 Para, para, para.....
 Apretó su mano con fuerza sobre mi cuello, con su rostro a escasos centímetros del mío.
 Sus ojos eran tan aterradores que no podía apartar la mirada de ellos. Estaba tan anonadada y fuera de mi mente por el fuerte shock que no era consciente de lo que me rodeaba.
 Unos pasos chapoteando se acercaban corriendo hacia nosotros. Era una carrera parecida a la mía, solo que esta, no era insegura. Era fuerte, decidida, urgente.
 -¡¡Cristian!! ¡Corre!--esa voz resonó en toda la calle, pasando por delante de nosotros dos. Mi asesino, giró bruscamente la cara hacia atrás, observando lo que ocurría.
 Soltó mi cuello, alejó su cuerpo, se apartó de mí.
 Volvió su cara para mirarme un segundo con detenimiento y corrió.
 Sus pisadas se unieron a las del otro chico que le había advertido. Pero...¿Advertido de qué?
 Ambos cuerpos desaparecieron por la calle y yo seguí pegada a la pared. No podía moverme. Esto no era real.
 Pasados unos segundos otras pisadas resonaron por la calle, pero eran más profesionales.
 Dos hombres con uniformes se detuviero delante de mí, los demás siguieron su camino.
 ¿Y ahora qué? ¿De verdad se había ido?
 Volví a tener la sensación del frío metal sobre mi garganta.
 Ese psicópata me había marcado. Profundamente.
 -¿Por dónde se han ido?--me preguntó uno de ellos.
 Le miré y no respondí. Estaba fuera de lugar. Dejé que mis piernas cedieran, impulsando mi cuerpo hacia el suelo.

9/20/2011

Acorralada

 Era una noche perfecta. De vuelta a casa tras haber salido con mis amigas por la avenida turística. El único problema: volvía sola, a casa, por las desiertas calles, a altas horas de la noche.
 El silencio era aterrador. Me hacía escuchar cosas que no eran, ver siluetas y personas donde no las habían. Una muestra del pánico que sentía.
 Autoconvecida de que era el alcohol, que ya se me había subido a la cabeza, seguí caminado a un paso más acelerado; lo que debió de advertirles de mi presencia.
 Unos nuevos pasos acompañaron los míos en un sonido armonioso y elegante, a pesar de las verdaderas circunstancias. Una chica sola, paseando por las calles con una vestimenta un poco....¿salida? ¿descotada?...quizás con la que se la podrían confundir con una puta. No era una buena experiencia y menos aún, si la perseguían unos chicos "malos" con unas intenciones muy distintas a ayudarla.
 El sonido de mis tacones se hicieron más precipitados, urgentes, rápidos....que antes, aproximándose a una carrera perdida. Nunca debí volver sola. Nunca debía rechazar a un amable caballero dispuesto a acompañarme a casa con la intención de protegerme, de cuidar de mí, aún si conocerme. Una oferta tentadora que nunca más podría volver a rechazar. Ni siquiera a aceptar. Me convencí de que no viviría más de esta noche.
 EL destino me había conducido de una noche perfecta a una trágica muerte. Mis ojos se posaron en la temible silueta que me perseguía. Una figura amenazadora que se encontraba más cerca de lo esperado. Se hallaba lo suficientemente cerca para oír mi respiración entrecortada. Lo suficiente para lanzarse sobre mí.
 Su mano fuerte y agresiva se cerró en un fuerte círculo alrededor de mi brazo, haciéndome daño y tirando de mí hacia sí mismo. Empujó con su cuerpo el mío hasta estamparlo contra una pared de la avenida.
 En ese instante lamenté haberme hecho un piercing en el ombligo, o al menos haberme puesto el que me puse. Quedó enganchado a su blusa negra y se impulsó hacia atrás con tanta fuerza que terminó agujereándola y dejándome un rastro de dolor en mi cuerpo. El primero, y no había sido intencionado.
 Fijé mis ojos en su blusa, desaprovechando la oportunidad de mirar el rostro que provocaría mi asesinato.
 En su mano apareció una navaja de unas dimensiones considerables. ¿Una navaja? No era el arma que esperaba. Si pudiese elegir mi forma de morir a manos de ese asesino, preferiría una bala directa en la cabeza. Era la manera más rápida y menos dolorosa. Pero el mundo era cruel y me había elegido a mí para este destino.
 Como cualquier persona, yo no me sentía preparada para morir. Todavía tenía muchas cosas por hacer en esta vida, muchas oportunidades que aprovechar o desperdiciar. Era un castigo por haber desperdiciado mi turno, mi oportunidad.
 Me fijé por primera vez en la cara del chico. Una enorme cicatriz adornaba su rostro y un piercing en la ceja izquierda no hacían de su rostro algo peor, al contrario. Aunque su expresión endurecida me recordó que sostenía una navaja y que probablemente estaría a punto de matarme, asesinarme. Sería el final de una corta vida sin aventuras.
 Cerré los ojos fuertemente esperando el filo de la navaja sobre mi garganta. Mi corazón se había desbocado y galopaba contra mi pecho a tanta velocidad que no lo creía posible; inundó mis oídos con su sonido rítmico, aceleró mi pulso sanguíneo, haciendo que con cada palpitación mi cuerpo sufriera de ansiedad, de miedo. Mi piel se calentó rápidamente y sentí como pequeñas gotas perlaban mi piel, desde mi cara hasta mis pies. Las manos me temblaban pero las había puesto detrás de mi culo para impedir que ese ser maligno las viera.
 Nada. No sentí nada en los siguientes minutos. ¿A qué esperaba? ¿Quería regodearse de mi situación? ¿Burlarse de mí, su presa? Estaba haciéndome pasar un tormento mientras esperaba la muerte vecina.
 Sentí el filo pegado a mi garganta, enfriándola con el metal puntiagudo. ¿Acaso no tenía compasión en su interior?