Tragué saliva con fuerza. La navaja seguía pegada a mi piel, mi garganta. No quería moverme. Cabía la posibilidad que por un movimiento me la clavara yo misma. No me atrevía a abrir los ojos. Realmente seguía creyendo en mi interior que iba a pasar, que mi vida había terminado. Solo tenía que esperar a que hundiera un centímetro más el metal en mi garganta y rezar por que se diera prisa en hacerlo.Por que no fuera demasiado cruel e inhumano como para hacerme sufrir tanto tiempo.
Pasaron los minutos y yo seguía allí con la sensación de la navaja en mi piel y el aire que soltaban los pulmones de mi asesino sobre mi cara. ¿Todavía no había muerto?
Abrí los ojos de sopetón. Apenas podía creerme lo que veía. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿Realmente tenía un ángel de la guarda que en este instante me estaba protegiendo? Llegaba a resultar un poco estúpido que pensase que todo había sido obra de un ángel, que nunca me había protegido. Nunca. ¿Entonces qué sucedía?
Su mirada desafiante y dura se cruzó con la mía mientras le estudiaba. Desafiante, asesina y ahora confusa y culpable y de nuevo asesina.
Una parte de mí quería hacerle preguntas de las cuales necesitaba respuesta, pero me callé. El miedo atenazaba mis huesos y se comía mi piel. No tenía valor. Este chico podía matarme de un momento a otro. No quería ni respirar.
Seguí el largo de su brazo hasta la mano y no vi nada. ¿Nada? ¿Y la navaja? ¡¿Dónde estaba la navaja?!
Mi corazón volvió a dispararse. Volví la vista a su cara. Hacia ese psicópata. No se había movido. Su cuerpo estaba muy cerca del mío, tanto como para sentir su calor corporal, tanto como para oírle respirar.
Mis piernas, que habían estado temblando, habían ralentizado el ritmo. Me fui calmando poco a poco y empecé a sentir los desperfectos de mi cuerpo.
Los pies me dolían. Sobre la plantilla, las plantas de mi pies ardían. Mi pecho me dolía de las fuertes palpitaciones. Mi manos estaban rotas, acalambradas. Mi cuerpo, exhausto.
Una de sus manos se levantó, desenterrando el puño que había estado apretando con fuerza. La acercó a mi cara y yo cerré los ojos inmediatamente, esperando sentir un golpe. ¿Quería golpearme? ¿Apuñalarme? ¿Matarme? ¿Qué quería de mí? ¡¿Qué?!
Se salieron unas lágrimas de deseperación, tiñendo mi rostro.
Sentí su mano moviéndose por mi piel, mi cara. Y la dejó medio en mi mejilla y medio en mi cuello, aprentando mi garganta con el dedo gordo con fuerza. Le miraba a la cara y él mis ojos lagrimosos.
Sollocé.
Él dio un paso más hacia mí y nuestros cuerpos se tocaron, en un indeseable acercamiento. Me miró con la cara ladeada.
Para, para, para.....
Apretó su mano con fuerza sobre mi cuello, con su rostro a escasos centímetros del mío.
Sus ojos eran tan aterradores que no podía apartar la mirada de ellos. Estaba tan anonadada y fuera de mi mente por el fuerte shock que no era consciente de lo que me rodeaba.
Unos pasos chapoteando se acercaban corriendo hacia nosotros. Era una carrera parecida a la mía, solo que esta, no era insegura. Era fuerte, decidida, urgente.
-¡¡Cristian!! ¡Corre!--esa voz resonó en toda la calle, pasando por delante de nosotros dos. Mi asesino, giró bruscamente la cara hacia atrás, observando lo que ocurría.
Soltó mi cuello, alejó su cuerpo, se apartó de mí.
Volvió su cara para mirarme un segundo con detenimiento y corrió.
Sus pisadas se unieron a las del otro chico que le había advertido. Pero...¿Advertido de qué?
Ambos cuerpos desaparecieron por la calle y yo seguí pegada a la pared. No podía moverme. Esto no era real.
Pasados unos segundos otras pisadas resonaron por la calle, pero eran más profesionales.
Dos hombres con uniformes se detuviero delante de mí, los demás siguieron su camino.
¿Y ahora qué? ¿De verdad se había ido?
Volví a tener la sensación del frío metal sobre mi garganta.
Ese psicópata me había marcado. Profundamente.
-¿Por dónde se han ido?--me preguntó uno de ellos.
Le miré y no respondí. Estaba fuera de lugar. Dejé que mis piernas cedieran, impulsando mi cuerpo hacia el suelo.
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