Me había desmayado. Mirando a mi alrededor había podido observar que estaba en un hospital. Había despertado y me había sentido sola, no había nadie conmigo. Sola de nuevo. Pero desde hacía rato la polícia se había marchado. Eran los únicos visitantes que había tenido hasta ahora. Tampoco es que necesitara a nadie, pero quería estar acompañada y no salir de este hopistal sola. Era de noche. De noche. Oscuridad.
No tenía miedo a la noche, a la oscuridad, pero la noche pasada me había calado muy hondo lo sucedido. Ahora solo deseaba cerrar los ojos y que al abrirlos viera nada más que una brillante luz que alejaba las sombras. Porque cada vez que mi cuarto se íba oscureciendo másy más las imágenes regresaban a mi mente como unas diapositivas. Y yo no quería recodar.
Era una miedica. Estaba transtornada y encima era una farsante, una mentirosa. Había mentido. ¡Mentido! Y sencillamente no podía creermelo aún.
-¿Qué le sucedió, señorita? ¿Le hicieron algo los delicuentes a los que tratábamos de atrapar?--había preguntado uno de los polícias. Rechoncho, bajito, con gafas de pasta negra y pelo negro rizado, corto. A ese no le había visto anoche, la verdad es que no sabía cómo había llegado al hospital ni quién se había parado frente mía ni que había pasado después de ahí.
-No lo sé. Yo iba de camino a mi casa cuando esos dos pasaron corriendo por el callejón y me aparté sorprendida y asustada al ver que uno de ellos portaba un arma.....
-¿Reconoció a alguno? ¿Les vio el rostro?
Había negado con la cabeza. El miedo me había inundado el cuerpo otra vez, pero yo, en vez de decir la verdad y que me ayudarán.....No. Dejé el caso aparte.
Ni les había ayudado a ellos ni a mí misma.
El rostro que había visto, el que podría ayudar a esos polícias con su investigación o lo que fuera que estuvieran haciendo, no se lo decía. No le había descrito.
Recordando la escena una vez más me di cuenta de que sabía muchísima más información de lo que pensaba. Sí, podía reconocer ese rostro en cualquier lugar pero.....por su nombre también. Christian.
Christian se llamaba el chico....
¡Stop! Frené mis pensamientos en seco. No me podía permitir seguir pensando en nada que me hiciera mal, que me hiciera daño.
Dirigí mis pensamientos hacia una dirección menos dañina. Mañana, Lunes, tenía que ir a trabajar. Mi compañera, Diana, no tenía las llaves de la tienda, por lo que me tocaba a mí "madrugar". Ahora, desde hacía unos meses, estaba trabajando en la tienda de Stradivarius, pero antes había estado trabajando en una de zapatos. Me gustaba más la ropa. Era lo mejor que podía hacer hasta que me animara a estudiar en la universidad periódismo. Pero mis ganas menguaban.
Una enfermera entró en mi habitación. Llevaba el pelo recogido en un moño y unas sandalias de modas que realmente eran confortables de color blanco. Yo tenía unas iguales pero en azul. Y llevaba el uniforme completamente blanco y reluciente. Casi brillaba.
Me dio el visto bueno para abandonar el hospital y en cuanto hubo cruzado la puerta, saliendo de la habitación me puse en pie. No tenía mucho que recoger. Casi nada en realidad, solo mi ropa. La que debían de haberme quitado y sustituido por ese horrible pijama de hospital. Al menos todavía llevaba mi ropa interior.
No me molesté en hacer la cama suponiendo que ya se encargaría alguien de limpiarla. Caminé por el pasillo hasta doblar en una esquina y llegar al recibidor, la zona de espera. Como era normal, había bastante gente allí sentada y me dio cierta envidia. Esas personas no estaban sola, como yo.
Me paré frente a la puerta, observando mi propio reflejo en el cristal. Era noche cerrada y no quería alejarme de allí. No quería salir a la calle, a las pocas zonas iluminadas de las lámparas.
Respiré hondo. Mi corazón se había empezado a acelerar. Cerré los ojos un segundo y volví a abrirlos decidida a no perder un minuto más. Me acerqué rápidamente hacia las puertas mecánicas y salí del hospital justo cuando ambas se abrieron, dejando escapar la oportunidad de arrepentirme y volver dentro.
No tenía coche. No tenía como llegar a mi casa, y la última guagua ya había pasado por allí.
Desde lejos vi una hilera de taxistas esperando su turno para marchar, para hacer algo. Caminé hacia ellos. El primer taxi, el que conducía una mujer de unos cuarenta y pico de años se ocupó en el mismo instante en que llegué yo y me tuve que fastidiar. Entré en el segundo, el que conducía un hombre viejo con patillas y bigote marrón y la parte superior de la cabeza calva. Tiró el cigarrillo al suelo y ocupó el asiento del piloto.
No entendía la estúpida obsesión que tenía acerca de los hombres que conducían un taxi. Sencillamente las muejres me parecían más seguras, me daban confianza.
Me dejó en la calle Romero número 57, piso 3. Allí vivía yo y frente al portal del edificio estaba aparcado mi cochecito mini. Solo tenía dos puertas, con cuatro asientos y un portabultos normal. Era blanco. Un toyota yaris con cierto encanto. No era la última moda, pero era lo que me gustaba y podía permitirme.
Entré en mi apartamento multicolor y lo primero que hice fue darme una larga ducha calentita que calmó mis músculos. Pero no mi cabeza, mi mente, mi corazón.....
Me había trasladado a otro lugar. Estaba cerca de mi casa. Cruzando la esquina. El corazón me latía y me desgarraba mis miembros. Tenía una sensación de inseguridad dentro del cuerpo que no pude explicar.......Era "miedo". Martilleaba mi corazón, haciéndolo correr y bloqueaba mi mente, impidiéndome pensar.
Giré por la familiar esquina, esperando ver la calle Rodrigo. Tan llena de edificios que a veces me apenaba. Había tantos vecinos.....Aunque yo solo conocía a los de mi edificio. Los otros....me sonaban sus caras, pero no los conocía.
Al llegar a la señal de prohibido el paso me paré en seco. El mundo se tambaleó lentamente hasta desaparecer. Se fue creando un lugar distinto a mi calle, pero yo no lo reconocía. Miré a un lado y a otro pero no había nada que delatara a ese lugar una pizca de familiaridad.
Metí mis manos en mi chaqueta. ¿Mi chaqueta? ¿Mis bolsillos?
No había. NO había ningún agujero por donde meter mis manos y resguardarlas del frío. Observé mi corto vestido zafiro y mis zapatos de tacones negros.
¿Y esta ropa?
Tenía también un bolsito pequeño cruzado al hombro negro.
Volví la vista atrás. Era de noche y estaba oscuro. Al final del callejón solo distinguía más callejón.
Comencé a caminar lentamente y vacilante hacia el frente. ¿Norte? ¿Sur? ¿Este? ¿Oeste? Ni idea de donde estaba. Ni idea.
Mis tacones resonaban con fuerza, como si un tambor inmortalizara y aumentara su sonido.
El callejón estaba poco iluminado. Apenas veía. Era ancho y sucio. Había charcos de agua en algunos sitios. Y mi miedo aumentó, paralizando mi cuerpo, impidiéndome avanzar.
Resonó una voz. Una voz que no nunca había escuchado, riéndose. De algo. Me disparató todos los huesos y comencé a correr por el callejón, dirigiéndome hacia la luz.
Plosh, plosh.....Resonaron unas pisadas que no eran las mías. Sobre los charcos de aguas.
Rió. Rió más fuerte. Y solo pude oír eso. Una risa maliciosa, burlona.
Le vi.
A escasos centímetros, de mí. Allí estaba él.
Grité.
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