Vive el presente, no el futuro.

Vive el presente, no el futuro. No esperes a que llegue mañana, disfruta de lo que tienes hoy.

1/18/2012

Acorralada 13º

 Estaba hecha polvo. La cabeza me zumbaba y la nariz la sentía como una bola de tenis partida por la mitad. Me miré al espejo por octava vez. Mi aspecto era deprorable. Realmente espantoso. Parecía un zombie acabado de renacer.
 Pasé mi dedo por encima de mi maltrecha nariz pero sin llegar a acariciarla. Ya bastante me dolía por si sola como para tocármela y sufrir más de la cuenta. Se había hinchado mientras dormía y lo peor es que también se había ido coloreando de un rosita muy cantoso y espantoso. Por alrededor de mi nariz brillaba un rojo seco y apagado que eran los restos de sangre que no me podría limpiar si no quería sentir nada peor. O quizás solo fuera por el dolor que había sentido mientras me lo limpiaban. Cierto, estaba exagerando. No había sentido nada de nada.
 Lo único bueno era que al menos ya se me había pasado el estado de shock y sobre todo la debilidad que sentía al momento de caerme. Me encontraba mucho mejor si lo miraba desde otra perspectiva.
 Volví a fijarme en el espejo. Me daba mucha vergüenza. Y sobre todo, no solo mi nariz, sino el algodón y la sujeción adhesiva para que no se cayese.
 ¿Vergüenza? ¿Por qué debería tenerla si había sido un accidente? Seguro que si me hubiera roto el brazo o cualquier otra parte de mi cuerpo no me la daría. Entonces....¿por qué sí mi nariz? Bueno, básicamente porque me parecía a rudolf, el reno con la nariz roja con un bombillo.
 Suspiré. Fuera del baño Roberto me esperaba. El pobre estaba más traumatizado que yo y no dejaba de repetirme constantemente que él nunca había hecho algo así, que era la primera vez, que no podía creerse que se lo hubiera hecho a una chica......y bla, bla, bla. Y la verdad es que me animaba su actitud. Me hacía reír y olvidarme del aspecto de mi nariz.
 Salí del baño. No podía hacer otra cosa, además de que desde aquí me llevaría al trabajo y puesto que no tenía coche iría a buscarme cuando terminara.
 Me vio y se me acercó rápidamente con los brazos cruzados sobre su pecho. Tenía una mirada cansada y cargada de remordimientos. Ya empezaba a molestarme de verdad.¿Qué tenía que decirle a ese chico para que entendiera lo que quería transmitir? Suspiré fuertemente, le rodeé el brazo y tiré de él hacia fuera. El trabajo me esperaba. No podía llegar tarde.
                                                                            ***
 Roberto hacía ya más de tres horas que me había traído al trabajo. En cuanto llegué había soltado el bolso en la taquilla consciente de que había traído un sobre blanco que probablemente no me gustaría. No sabía la urgencia que sentía hacia él. Sinceramente, no me imaginaba como había podido ser capaz de traer algo así al trabajo. ¿Y si alguien la veía? ¿Y si descubrían algo que no deberían y entonces avisaran a la policía? Sería el colmo.
 Pero igualmente hoy era una tarde algo tranquila. Más de lo esperado, pero entonces recordé que hoy había un partido importante de fútbol. Los bares estaban se iban llenando de gente, mayoritariamente hombros y chiquillos jovencitos reservando un asiento para cuando empezara. Era una lástima perderme el Madrid-Barça, pero el trabajo era lo primero.
 Oía el murmullo de mis compañeras hablando entre ellas, cuchicheando. No sentía ánimos para unirme a ellas. Permanecí apoyada en el mostrador mirando el porcentaje de ventas que habíamos tenido hasta ahora y enseguida volví los ojos hacia la entrada de la tienda.
 Una chica de aspecto barrio-bajero. Las ropas desgarradas. Completamente. Me alarmé y me levanté del mostrador apoyando solo las palmas de mis manos sobre él, vigilando la caja fuerte con el rabillo del ojo. Llevaba el pelo desordenado. Parecía que no se había peinado ese día. Pero a lo mejor podría hacer días que no se peinaba. Y lo tenía un poco encrespado, deformando sus rulos negros. Sus ojos color chocolate se encontraron con los míos y tuve que obligarme a forzar una sonrisa puesto que ya había visto que la miraba. Murmuré un hola por  lo bajini y la chica sonrió como si ocultase un secreto que ella supiera y yo no. Me recorrió un escalofrío por la espalda y las manos me empezaron a sudar.
 Aquella chica me inquietaba. No podía evitarlo. Pero al menos no tuve que atenderla yo. Se dirigió directamente a María Dolores, que se volvió con una sonrisa sorprendida en el rostro.
 Mi corazón palpitaba. Sin razón, sin remedios para detenerlo. Y mi cabeza me gritaba que hiciese una cosa, que lo hiciese aunque en realidad no quisiera.
 Me acerqué a la taquilla y abriéndola cogí mi bolso. Me llamaba. Me llamaba como si fuera una droga, mi droga. No podía detenerme. Resbuqué en mi bolso hasta dar con ella. La carta blanca.
 La saqué de allí, escoltándola con mis dos manos. Le di la vuelta de modo que el adhesivo quedara hacia mí. Ni remitente, ni receptor, ni dirección. Nada oficial. Me sudaba, no solo las manos, todo. Todo mi cuerpo.
 Bum, bum, bum,.......bum. Mi corazón se saltó un latido que me hizo despertar. ¿Que estaba haciendo? Miré la carta con horror. No podía. ¡No podía sacarla en un sitio público! No podía......
 Caminé hasta el almacen. No creía que se fuera a repetir lo de la última vez, pero igualmente me cercioré de que no hubiese nadie y después me apoyé en la última estantería, completamente alejada, esconcida de todo lo demás.
 Cerré los ojos. El terror por no saber lo que me esperaría me invadía. Terror por creer que era algo como la primera carta de todas. No podía relajarme, pero debía.....
 Rajé la carta con un dedo y la abrí. Mejor rápido que lento. Detuvé mi respiración y saqué la carta del sobre. Volví el papel doblado para que las letras quedaran ante mis ojos. Aquello, sería más difícil de decir hacerlo que de hacerlo en realidad. Lo desdoblé.
 Jadeé. No pude evitarlo. No podía....evitarlo. Mis ojos se agrandaron, incapaces de leer por un momento. Era igual que la otra. ¡Era igual que la otra! ¡Igual! ¡Igual! Roja. Las letras eran rojas. Rojas.....no era rojo. ¿Era sangre? ¿La otra carta también lo era? ¿Sangre? El papel tembló tanto que no pude leer. Letras. Rojo. Sangre. Letras. Rojo. Sangre.
 Leí la frase una y otra vez. Hasta que pude comprender el mensaje. Iba dirigido a mí. A mí.....
 "La sangre con la que escribo...pronto podría ser la tuya. Aprende a callar"
 Sí. ¡Oh, dios! ¡Era sangre de verdad! Alejé mis dedos de las letras agarrando el borde del papel. Había una imagen.....una imagen mía. Mía y de otra persona. No se le veía. Era solo una sombra delante mía con la mano negra hacia mi. Mis ojos cerrados.....un cuchillo en mi garganta.
 Mi mueca horrorizada era suficiente. Hice desaparecer el papel.
 Era para mí. Me amenazaba si no me callaba la boca. Pero yo no...yo no había dicho nada. ¡Nadie sabía nada!
 La.....sangre tuya......aprende a......callar. Repetí en mi cabeza sin parar. Transtornada.

1/08/2012

Acorralada 12º

 Mi cabeza era un torbellino de pensamientos mareantes y tormentosos que no me dejaban vivir libremente. Cada vez que dedicaba un segundo a mi mente me paralizaba. Cada vez que no estaba distraída, aunque fuera solo un segundo las imágenes se sucedían en mi cabeza provocándome arcadas, temor y adrenalina. No encontraba una explicación razonable a nada de lo que sucedía fuera de lo normal. Aunque quizás fuera muy normal en la vida cotidiana de algunas personas pero para mí el mundo del delito era nuevo y no sabía manejarlo ni tratar con él.
 No podía asimilar la horripilante escena y mala etapa de vida, cuando conocí por primera vez el mundo del delito, miedo, sangre y muerte. No concebía la idea de que a partir de ese encuentro desafortunado le sucederían muchos más. Como si me hubiera acercado peligrosamente a un sendero, que jamás debí pisar, y ya no pudiera salir de él aunque quisiera. Era un tanto irónico. Pensar que es imposible que le suceda a alguien conocido tuyo, pero más aún impensable que te pudiera suceder a ti mismo. Sí, las desafortunadas personas que salen en las noticias prestando declaraciones sobre la violencia o los actos terroristas.
 Suspiré cansada. No dejaba de repetirme lo mismo una y otra vez. No dejaba de recordar cada unos de los segundos sucedidos en estos pocos meses. Y sobre todo la mañana de trabajo.
 ¿Qué había sucedido en el almacen? ¿Quién.....había entrado? ¿Por qué? ¿Qué quería? Temblé ante el recuerdo. No sabía que había sucedido allí dentro. Si era una broma pesada o algo real. Pero si fue algo real me alegraba de haber salido de una sola pieza de aquel lugar. Solo podía obviar el asunto recordando la sorpresa que me tenía guardada mi compañera de trabajo: una reunión con nuestro jefe advirtiéndonos de que tendríamos dispositivos de localización entre nosotras y walkie talkies para hablar en caso de que necesitaramos a otra compañera sin dejar de atender a los clientes. ¡Era perfecto! Aunque ya había trabajado con ese tipo de dispositivos en mi antiguo puesto de trabajo. Pero sería una magnífica sorpresa para mis compañeras. Paula había tenido razón.
 Seguía emocionándome la idea de ver las caras de mis compañeras cuando vieran lo que tenían preparado. Pero ya era hora de volver a mi casa y tuve que irme sin despedirme de Raquel. Tonta de mí, que había intercambiado un turno con mi compañera y tendría que ir ésta tarde también. Un favor no hace daño a nadie. Y a mí también me favorecía. Me mantendría ocupada toda la tarde. Aunque no hubiera clientes a los que atender, mi mente estaría ocupada.
 No tenía remordimientos. Raquel encontráría una nota mía en la que le avisaba que ya había vuelto a mi casa. Era un poco patético, pero no quería llamarla ni enviarle un sms al móvil por si le sonaba en medio de las clases. Me sentiría irremediablemente culpable.
 Subí por las escaleras, haciendo un poco de deporte. Me encontré con varios vecinos pero ni me saludaron. No le di importancia. Los días que me saludaban yo no lo hacía. Odiaba a las personas que te conocían y que en cierto lugar y con ciertas personas me saludaban y en otras circunstancias no. Lo odiaba. Y a esas personas las ponía en mi "lista negra".
 Me reí en voz alta y me tapé la boca con las manos. Giré la cabeza hacia el techo, haciéndola hacia atrás y me inundó una alegría creciente. No podía creer que una estúpida situación con alguien que no me saludara me provocaría una risa sincera, alegre, desahogadora. Me sentí mejor y continué subiendo las escaleras a ciega de alegría. No miraba hacia donde iba. Todavía estaba anonadada de oír mi propia risa.
 Llegué a la planta de mi apartamento y pasé por delante del ascensor antes de girar hacia la izquierda. Y entonces sentí un dolor tan grande en la cara que perdí el sino y caí hacia atrás con todas mis cosas, chocando contra el suelo con mi cabeza. Mi bolso y la mini maleta cayeron sobre mí y formé un estruendoso espectáculo.
 Alguien gritaba mi nombre. Corrió hacia mí. Yo estaba tan desorientada que aún no asimilaba lo que acababa de ocurrir. No podía moverme, tampoco sabía que debía hacerlo. Mis ojos permanecieron en la mismísima negrura. Poco a poco se fue aclarando y distinguí el color blanco del techo. Aturdida. Estaba aturdida. Mi cabeza daba vueltas. No podía procesar nada.
 El peso sobre mí fue desapareciendo poco a poco y mis cosas se alejaron de mí, dejándome respirar, liberándome del peso. Unas manos frías se posaron a ambos lados de mi mejilla y me movieron ligeramente la cabeza. Oía un zumbido en cada oído que apenas me dejaban identificar las palabras urgente que murmuraba alguien.
 Sentí algo deslizándose por mi boca hacia mi cuello y penetró en mi boca mojando mis labios. El líquido llegó a mi lengua y pude saborear el dulce sabor de la misma sangre. Alguien se asomó por encima de mi cara y tapó la supercie plana y blanca del techo. Al principio solo era un figura negra sin cara y sin bordes, pero mi visión se fue aclarando y distinguí dos ojos ocultos por unas gafas. Intenté sonreí pero no pude. Mi cara se contrajo en una mueca de dolor.
 Mi mente se fue despejando poco a poco y sentí que ese muchacho al que todavía no sabía ponerle nombre me cogió de la mano y me la apretó fuertemente esperando a que yo regresara a la realidad. Sentía una extraña punzada en la parte trasera de mi cabeza y en mi nariz sentí el fuerte latido de mi corazón que mientras mi mente estaba más despejada me dolía y me martilleaba más rápido y más fuerte.
 El chico me tocó la nariz cuidadosa y lentamente. Bajó la mano con cuidado y me limpió mis labios y mi barbilla en la que goteaba la sangre......
 ¡Sangre! Mi mente se disparató inmediatamente. Miré al chico bruscamente. La cabeza me dolía por delante y por detrás. ¿Qué había pasado? Yo........¿estaba tendida en el suelo? Alcé los ojos hacia el muchacho que me atendía. Un chico alto pero no lo parecía al estar arrodillado junto a mí. Sus grandes ojos estaban ocultos por unas gafas. Lo reconocí inmediatamente. Se trataba de mi vecino. Roberto. Su expresión angustiada y sus ojos temerosos sobre mí me hicieron pensar que me había pasado algo grave pero evalué mi cuerpo y no sentí nada excepto en mi cabeza. Alcé mi mano y sentí que pesaba una tonelada. Agarré a Roberto de la muñeca y me pareció que mis manos estaban hinchadas y rojas, pero solo era una sensación. Dirigió la mirada hacia mis ojos y bajó la mano con la que me había estado limpiando mi maltratada nariz.
 Cerré los ojos e intenté sonreirle. Una pequeña sonrisa que lo calmó.
   -Jess....¿te encuentras bien? ¿Te duele algo más que la nariz? ¿La cabeza?
 Su mano se acercó a mi cabeza y sentí su ligero roce, que apenas me tocaba la cabeza. Cerré los ojos de nuevo.
   -Estoy....un...poco mareada.--salió de mi boca sin darme cuenta, como si fuera otra persona.
   -¿Puedes levantarte?--agrandé los ojos y casi se me salen de las órbitas. No estaba segura de si podía levantarme. Estaba tan mareada que me camuflaba la sensación de mi propio cuerpo.--Yo te ayudo. Hay que llevarte al médico. Mirarte la nariz.
 Negué con la cabeza. No quería ir al médico. Esto se me pasaría. Necesitaba tumbarme en mi camita, dormir y ya después cuando me despertara vería los daños sufridos.
   -Al único sitio al que iré es a mi cama. Ya después pasaré por el médico. Tengo turno de trabajo ésta tarde.--expliqué.
 Necesitaría dormir bastante para no estar hecha caos en el trabajo. ¡Mierda! ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí hoy? ¡Precisamente hoy!
   -Pero tienes que ir al médico......
 Negué con la cabeza y le cogí una mano, cerrando la mía firmemente sobre la de él. Entendió lo que quería y se acuclilló, agarrándome del codo. Yo me apoyé con la otra mano en el suelo y me levanté haciendo un esfuerzo sobrehumano.
 Cuando estuve sobre mis propios pies agarré a Roberto del hombro, impidiendo precipitarme contra el suelo de nuevo. Pasaron unos minutos y me dispusé a andar. Pero entonces recordé mis cosas, esparcidas por el suelo.
   -Ya las llevo yo cuando te dejé en tu apartamento.--se ofreció Roberto.
 Era un auténtico cielo. Pero jamás en mi vida nadie me había estampado una puerta contra las narices y mucho menos provocarme un desmayo ni desorentación ni mareo. Entramos en mi piso y me condujo a mi habitación según mis indicaciones.
   -No te he visto en días y para un día que te veo.....te hago esto.--dijo Roberto entrando por mi habitación.
   -He estado con una amiga.--le miré y me reí de su expresión--No te preocupes, me han sucedido cosas peores...--intenté aliviar su culpa. En verdad si lo miraba desde otro punto de vista esta no era la peor cosa que me sucedía. Desde otro punto de vista.
 Me acosté en la cama y Roberto dejó un sobre blanco sobre mi mesilla. Uno muy parecido al.....muy parecido a ese.
   -Estaba en el suelo.--sonrió--Voy a por tu cosas. Las dejaré en el salón. Por cierto,--dijo dandose la vuelta hacia mí--vendré a las cuatro para llevarte al médico. Lo siento de verdad.
 -Descuida--hice un movimiento con la mano y él sonrió. Cerré los ojos, abandonándome a la nada, confiando en que Roberto cerrara bien la puerta de mi apartamento.