Vive el presente, no el futuro.

Vive el presente, no el futuro. No esperes a que llegue mañana, disfruta de lo que tienes hoy.

12/24/2011

Acorralada 11º

 No. No se reía de mí. Al día siguiente, justo a la misma hora volvió a aparecer el chico del pantalón y justamente volvió a acercarse a mí, aún habiendo otras chicas libres. Sonreí nuevamente. Ese era mi trabajo, tratar con el público. Aunque en ese momento me hubiera gustado tirarle el pantalón en la cara y alejarme de él tan pacha. Su sonrisa era tímida y falsa, pues sus ojos solo mostraban aburrimiento, como si de verdad sus palabras no acompañaran a lo que realmente pensaba. Sin dejar que dijera ni una palabra caminé en busca del pantalón mientras el chico, molesto, me siguió por la tienda de una manera amenazante. Alcancé el pantalón y me giré en el mismo instante en el que el chico me agarró de la muñeca.
 Abrí los ojos del asombro. Apretaba fuerte con la mano pero no dejé transmitir lo que sentía. Era tan inapropiado que me agarrara. Jamás en los años que llevaba trabajando nadie me había agarrado de la mano amenazadoramente, en más, las únicas que lo hacían eran las madres ancianas que venía buscando algo que regalarle a sus nietas.
 ¿Se había vuelto loco ese chico? Madre mía, si tenía novia....no quería ni pensar como la trataría a ella.
 Lo miré a los ojos esperando que me soltara pero no lo hacía. Él dirigió sus ojos a los míos y vi una chispa de aversión. Hice una mueca con la cara e intenté liberarme.
   -¿Me sueltas, por favor?--pedí casi desesperada.
 El chico sonrió, como si lo que hubiera dicho fuera lo que esperaba exactamente de mí. Le tendí el pantalón creyendo que así me soltaría. ¿Qué le sucedía? Me estaba muriendo de miedo. El corazón me empezó a latir a un ritmo desenfrenado. Por favor, por favor, por favor.....
   -¡¿Jess?! ¡Cuando puedas ve al almacen, Paula te necesita!
 Bum. Mi corazón dio un latido más y ya no pude escucharlo más. Alivio. Giré mi cara hacia la chica que me había salvado de mi desesperación. ya no sentía en mi brazo nada más que los restos de dolor y la sangre circulando de nuevo hacia mi mano. Mi compañera del alma me sonreía desde el otro lado de la tienda y me señalaba la puerta del almacen, donde Paula me esperaba dentro. ¿Había sentido que necesitaba ayuda? Realmente, con todas las otras chicas libres que había que me hubiera pedido ayuda a mí era un milagro. ¡Mi angelito!
 Le tendí el pantalón al chico.
   -Aquí tienes, si necesitas algo más puedes pedir ayuda a alguna de mis compañeras, la caja está por allí.--señalé la caja para cobrar con mi mano y salí despedida hacia el almacen, alegremente.
 "Malditos mamarrachos que no tienen respeto a nadie" pensé, dirigiendo mi pensamiento a aquel despreciable ser que se había quedado pasmado mirándome hasta que desaparecí.
 Cerré la puerta con ligereza y me apoyé en ella recuperando la respiración. Cerré los ojos un instante y soltando el último aliento de aire fuertemente caminé por el almacen. Pasé de un pasillo a otro buscándola. Tan solo había cuatro pasillitos cortos llenos de los artículos que vendiamos en la tienda. ¿Y Paula?
   -¿Paula? ¿Donde estás?--llegué al final del tecer pasillo y miré de un lado a otro.
 Regresé mi cara inmediatamente hacia el primer pasillo que lo veía a lo lejos. Algo se había caído al piso. Pero Paula no me había respondido. ¿Me habría oído?
 Caminé hasta llegar al pasillo y doblé la esquina. En la mitad del pasillo, más o menos, había algunas cajas de zapatos tirados. Incluso había un par cuyo tacón se había roto. ¡Mierda! Ahora tendría que pagarlo Paula, y si ella no estaba aquí tendría que pagarlo yo. "¡De eso nada!" Yo no era egoísta, pero para que me descontará dinero de mi paga por romper algo que yo no había roto que lo pagará el culpable. 
 Llegué a los tacones, busscando alguna solución. Y los dejé caer con suavidad en el suelo. Paula debería de estar aquí. Ella no dejaría caer tantas cajas sin colocarlas después. Empecé a asustarme. Este día tenía los nervios a flor de piel.
 Pasos. Pasos por el almacen, con un poco de tacones en la suela del zapato, pero no eran tantos como para ser los de Paula. Dejé caer el tacón roto al suelo y salí de allí corriendo. Llegué a la puerta y la cerré con tanta fuerza como mis manos temblorosas me permitían.
 Desde donde estaba pude ver como el chico que me había agarrado del brazo salía de la tienda tras echar una mirada a lo largo de ella y tras mirarme a mí por última vez. Sonrió y salió de ella. ¿Eran alucinaciones? Lo único que me faltaba era despertar la curiosidad de un pervertido y tener a un acosador.
 ¿Acosador? ¿Y porque iba a aserlo? Solo había venido a comprar un pantalón. ¿Qué tenía de malo? Volví a desviar mis pensamientos en cuanto sentí como la puerta en la que estaba apoyada temblaba mientras alguien intentaba salir. La puerta se movía hacia atrás y hacia adelante frenéticamente. Me alejé un par de pasos, mirándola fijamente, esperando que alguien saliera de ella. No estaba cerrada con llave. ¿Por qué no salía nadie? ¿Intentaba Paula darme una broma de mal gusto? Porque ya lo estaba consiguiendo. No, mentira. Ya lo había conseguido, si es que su objetivo era asustarme.
 Posaron una mano con delicadeza en mi hombro y me giré inmediatamente entornando los ojos. Miré a la cara a aquella persona y vi a Paula con las manos en alto como si yo la estuviera apuntando con una pistola y le pidiera que levantara las manos.
 Giré la cara hacia la puerta que ahora estaba a diez pasos de mí. No temblaba. No se movía. ¿Qué diablos sucedía?
 Conté cuantas chicas había en la tienda. Todas. Estaban todas contando conmigo. Entonces.....¿quién estaba ahí dentro?
   -¿Estás bien?--preguntó Paula preocupada.
 La miré un segundo antes de responder.
   -Sí, claro, ¿pero tú no estabas dentro?--señalé la puerta con una mano intentando disimular el temblor que tenía.
   -Sí, pero como no venías salí a buscarte.--sonrió.
 Sonrisas, sonrisas, siempre sonrisas. Siempre en su cara. Sus ojos seguían brillando a pesar de notar que yo estaba rara. Sonrisas, preocupación, falsedad.
 Sonreí. Dos sonrisas fingidas.
   -Ven conmigo.--dijo agarrándome del brazo--Es una sorpresa, pero no puedes decírselo a las demás, seremos las únicas que lo sepan ¿vale?
   -No te entiendo.--hablé desconfiazada. ¿De qué me estaba hablando?
   -Es una sorpresa, Jess--dijo cansinamente. ¿Una sorpresa? No me gustaban las sorpresas, en absoluto.
 Miré la puerta del almacen por última vez y mi cuerpo se paralizó. Estaba abierta de par en par y las luces del interior estaban completamente apagadas, desconectadas.
 Había salido.

11/27/2011

Chica...¿mala?

 Mm....todo era una simple mentira. ¿Que sientes si te miento? No puedo evitarlo. Pero si te pillo, estás muerto. O quizás, te puedo perdonar. Pero creéme, no perdono a los que me mienten a mí. Aficionados......
 Si creen que todo está bajo vuestro control, que lo tienen dominado....no sois muy listo. Yo, aunque no se den cuenta, los domino a todos. TODOS caen en mis redes. Los manejo a mi gusto, a mi antojo. Mmm.....y si quiero....No, no podrían con ello. Soy demasiado víbora como para conformarme. Pero, me gusta engañaros. No puedo evitarlo. ¿Que quieres que te diga? ¿Qué todo es mentira? ¿Qué yo no miento? ¿Qué es solo una tapadera para que TÚ no me descubras? ¿Para nadie sepa quién soy realmente? ¿Por qué me da miedo? JA JA JA. Entonces estás muy perdid@ cariño. Porque YO si miento. Y me ENCANTA jugar con vosotr@s. Me divierto, me jacto de ello. Es muy duro ver, si me descubres, cuál es tu posición, en qué lado estás. Y qué hago yo. Pero....
 Puedo hacer una excepción. A lo mejor te elijo a ti o puede que no. Si eres buen@ en este arte. Si estás a mi altura....te puedo ayudar. Formarás parte de mi jueguecito, pero desde el otro lado. Desde mi lado. ¿Qué te parece? ¿Te atreves?
 La cuestión es querid@ si quiero....te la puedo jugar. Y no lo sabrás hasta el final. ¿Qué te parecería entonces? ¿Podrás aguantar mis jueguecitos? ¿Mis mentiras despiadadas? Porque....así soy yo.
 O estás conmigo o no lo estás. O lo intentas o no lo intentas. O puedes ganarme o yo te destrozaré. Te haré trizas. ¿Estás dispuest@?
 JA JA JA. Yo seguiré haciendo lo mismo siempre. Contigo o sin ti. Pero jugaré contigo en ese caso. ¿Qué te parecería si me hago pasar por tu amiga? Me descubres todos tus secretos, porque quieras o no, te des cuenta o no, confiarás en mí y yo te haré creer que te soy leal, que puedes confiar en mí y así todos y cada uno de tus secretos quedan a la luz para mí. Y después YO, ¿qué haría? ¡HUNDIRTE! Te jodería tanto la vida que lamentarías haberte hecho mi amiga, conocerme. Porque disfruto con ello. Me ENCANTA. Ya te lo dije antes de empezar. JA JA.
 Pero tranquil@. Haré una pequeña excepción. Te haré mí@. Y te gustará jugar, mentir. Sobre todo MENTIR.
 JA JA.

Acorralada 10º

 ¿Todo era distinto? Llevaba un par de días con Raquel y había logrado calmarme. Ya no estaba tan nerviosa, ni siquiera me sentía perdida. Esta chica lograba ayudarte sin que ella lo supiera. Era una persona maravillosa, mi hadita. El móvil no había vuelto a sonar desde el momento en el que entré por la puerta de Raquel. Y no me había encontrado cara a cara con sus padres. ¿Qué más podría pedir?
 El trabajo era entretenido. Y más ahora que la época de navidad se acercaba. La gente se volvía loca comprando para sus familiares. Y muchos de ellos venían comprando ropa para sus mujeres, novias, hijas....
 Estaba en el trabajo. Ahora no solo éramos dos dependientas. Otras dos de las chicas habían tenido que cambiar su turno al de por la mañana para poder cubrir todas las necesidades de la tienda. Yo estaba encargándome de cobrar, pero la verdad es que ya me dolía la cabeza de tantos números. Me gustaba ayudar al cliente a elegir lo mejor para la persona a la que estaba buscando la ropa. La talla, el estilo....moverme de un lado a otro y no encargarme de la infinita cola para cobrar, doblar las compras y meterlas en las bolsas y hacer el ticket especial para navidad.
 Llamé a Natalia, la chica que estaba simplemente colocando el desastre que habían formado los clientes y en cuanto acudió a la caja y yo terminé de atender a una mujer cuarentona que le había comprado a su hija un vaquero ajustado y una blusa negra de brillantitos de fiesta, le cambié el puesto.
 Natalia adoraba los números. A ella si que le gustaba cobrar, pues mientras lo hacía entablaba conversación con el cliente y le sonsacaba su vida entera. Era muy curiosa debía admitirlo, y lo mejor de todo: nunca se cansaba de cobrar. Podría pasarse el día entero sin quejarse. podía aguantar la presición de estar de pie en el mismo sitio sin moverse.
 Paula y Andrea andaban por la tienda con algún cliente o en el almacen buscando tallas adecuadas. Yo me acerqué a una mesa y coloqué todas las blusas disparatadas, ordenándolas por tallas de menor a mayor. No serviría de nada, ya que volverían a destrozar el motón, pero al menos, lo poco que duraría ordenadas daría buena pinta al cliente, que era lo más importante.
 Noté que alguien caminaba hacia mí y me erguí con una camiseta de cuello alto, gris, entre las manos. Me fijé en un chico con unos pantalones cortos de invierno a cuadro de tonalidades marrones entre sus manos. Lo miré de arriba abajo disimuladamente. En su cuello había un tatuaje que el subía como una enredadera hasta la oreja. Su vestimenta no era la una persona precisamente normal. Tenía pinta de gamberro. Hice una mueca. Las apariencias engañaban y yo no era nadie para juzgarle.
 -Disculpe, señorita ¿puede ayudarme?--murmuró el chico educadamente. Dejé la camiseta bien doblada sobre el motón y me volví hacia el chico con una enorme sonrisa en la cara.
 -Claro, dígame.
 -Estaba buscando una talla correcta...pero no sé cuál utiliza mi novia.--hice una mueca de comprensión.
 -Puede decirme más o menos como es de anchita--dije señalando mi cintura para que me entendiera. El chico me miró de arriba abajo, cuestionándome y haciéndome sentir incómoda.
 -Es.....más o menos como tú. Sí, sin duda.--sonrió y yo le devolví la sonrisa.
 -Oh, entonces nececsitará la talla treinta y ocho. ¿Está seguro de que es esa?
 -Claro, acabo de decirle que es como usted.--me puse roja de vergüenza. Era verdad que acababa de decírmelo. ¿A donde se me había ido el santo?
 -Iré a buscarla.
 Le quité el pantalón que me tendía y fui hasta el motón de los pantalones a cuadros, justo al lado de las blusas de fiestas. Y lo encontré allí. Suspiré. La gente era muy despitada. Me giré buscando al chico, pero no lo veía por ninguna parte. Seguí buscándolo por la tienda por si estaba mirando otra cosa. Nada. No estaba. Se había ido. ¡Estupendo! ¿Me había estado tomando el pelo? Menudo mamarracho. ¿Cómo se atrevía?
 Dejé el pantalón donde estaba, sintiéndome observada. ¿Se había estado intentado reir de mí?

11/20/2011

¿Qué harías si.....

Todo tu mundo cae bajo un enorme hechizo que te estropea la vida? Te vuelve loca. La gente nueva que conoces no es lo que parece...todos, pero TODOS esconden algo bajo esa fachada de inocencia finginda, te engañan. Te hacen daño, juegan contigo......porque no sabes lo que son. Porque jamás lo sabrás. Porque...NADA es lo que PARECE.
 Y tú.....caerás. Porque eres una más en ese mundo. Pero no lograrás salir. En más.....no volverás a ser nunca la misma que fuiste una vez. NUNCA. Cambiarás para mal. Llorarás, sufrirás...harás daño a la gente, sea quien sea. Y no te importará. Serás como ellos, sin darte cuenta, sin quererlo. Pero no descubrirás nada, en ese mundo. NADA.
 Hasta que algo vuelva a cambiarte el rumbo. Algo malo. SIEMPRE será malo. Una vez dentro, no volverás a tener nada bueno. NADA. Todo irá de mal en peor. Y vendrá alguien que te explique todo. Te lo muestre, y te adentrarás aún más. Y todo será horrible, diabólico. Algo impensable....
 ¿Qué harás entonces? Porque si te enamoras de él.....ten por seguro que morirás. Dura y lentamente. Él te matará. Hará trizas tu corazón hasta que no puedas soportarlo. Y tú.....desearás no haber entrando en ese mundo. Desearás no haber existido, querrás desaparecer.
 ¿Pero..... y si no te enamoras? ¿Y si lo detenienes a tiempo? ¿Qué pasaría?
 TODO CAMBIARÍA.

11/15/2011

Acorralada 9º

 Sonreí, fingiendo una falsa alegría, una maldita que podría haber sentido si no fuera.....por aquella carta.
 Alegría. ¿Conocía su significado? Porque sinceramente cería que ya no sabíia lo que era desde hacía bastante tiempo. Y un significado que me gustaría vlver a tener en mi vocabulario. No lo soportaba. Tanta tristeza, miedo...Debía hacer algo. Pero eso ya lo sabía desde hacía mucho, de nada me servía repetirlo una y otra vez si no actuaba y hacía algo al respecto.
 "Vamos, vamos, tranquila, estás con Raquel" me animé a mí misma.
 Ella me observó por encima de su plato de comida. Prácticamente estaba vacío ya. Sonrió tapándose la boca con la mano y después cogió una servillera y se limpió las comisuras del labio.
 Enseguida una idea empezó a formarse en mi cabecita y la luz de mi bombillo se encendió.
 -Oye, Raquel, ¿te puedo pedir un gran favor?
 Ella dejó sus cubiertos encima del plato y me observó con curiosidad y una sonria aún más amplia que la anterior.
 -Dime--pidió.
 -Quería saber....si te importaría que me quedara contigo un par de días.
 "Respira hondo, respira hondo" tuve que recordármelo. No me había dado cuenta de que había estado conteniendo el aliento hasta que le pregunté. ¿Me dejaría? Sería una enorme distracción para mí. Y muy buena.
 -Claro--dijo poco convencida--pero sabes que tengo clases, asique si no te importa quedarte sola....
 -Lo que me importa es si te importa a ti, la verdad es que un poco de comp´ñía no me vendría mal.
 Ella pasó sus manos por encima de la mesa y me agarró la que tenía libre. Yo con la otra mano pinché un trozo de carne y me lo llevé a la boca esperando el veredicto.
 -¡Lo sabía, Jess! ¡Lo sabía!--exclamó tan fuerte que me sobresaltó y el tenedor cayó al suelo bajo la atenta mirada de los curiosos criticones.
 Mis ojos desorbitados se dirigieron hacia aquella chillona muchacha y mi mueca espantada la hizo reírse.
 -Me refiero....--intentó hablar acallando su risa--.....que sabía que no era bueno que te fueras a vivir sola tan pronto. Eres muy joven todavía para tanta soledad, en mi opinión. ¡No tengo ningún problema en que vengas a casa!
 Mi cara reflejó absolutamente toda la alegría que emanaba mi cuerpo. le apreté la mano fuertemente y le di las gracias un millar de veces.
 Terminé de comer en lo que Raquel se tragaba un trozo de tarta de chocolate con muy buena pinta, pero que, por desgracia, no me sentía capaz de probar.
 Ella se despidió de la camarera que nos había atendido al llegar y salimos del restaurante.
 la tarde había refrescado bastante. El sol iluminaba las aceras y los capotes de los coches brillaban con su luz, pero, sin embargo, no era suficiente para calentar el ambiente, era solamente una luz superficial, sin daños ni efectos.
 Algunas nubecillas viajaban por el cielo, amenazando con tapar el sol y el poco calor que aportaba a la tarde.
 Raquel me llevó a casa y ella se marchó en cuanto yo cerré la puerta de mi apartamento, para preparar la habitación para mí.
 vivía con sus padres, pero tenía la libertad absoluta que deseaba y hacía lo que quería cuando quería, ya que no ocasionaba demasiados problemas.
 Afortunadamente sus padres eran tan ricos como para poder costearse la universidad de su hija sin reducir gastos en otras cuestiones, y eran lo suficientemente ricos como para tener que trabajar casi todo el día. A veces pensaba si no veían más como su hogar el lugar de sus trabajos que su propia casa, pero eso no era asunto mío.
 Si tenía suerte solo me cruzaría un par de veces con ellos, pero no tantas como para sentirme incómoda rellenando largos silencios entre ambos.
 Ebité la cocina a propósito, sabiendo que aquella horrible carta estaba allí. la que me había conducido a pedirle el favor a mi mejor amiga. Por desgracia, el trabajo continuaba y quizás no estaría tan sola en la casa de Raquel como ella pensaba. Las vacaciones eran muy reducidas, pero me conformaba. Era un horario hermoso. Sobre todo porque esta semana tenía turno de mañana y estaría muy acompalada, además de por las tardes tener a Raquel a mi lado. Esperaba, esperanzada que funcionase de verdad, sino tendría que tomar medidas muy duras para mí: hablaría con la policía. De hecho, debería hacerlo igualmente pero no. Si podía ocultarlo y convivir con ello, lo haría, sino lo desvelaría.
 No es que me gustara ni quería convertirme en una cómplice de posible asesinato. Porque si había estado a punto de matarme....probablemente lo hubiera hecho antes. Pero es que no quería implicarme en asuntos turbios como ese, que pudieran ennegrecer mi vida y que yo fuera la única testigo. Porque si lo era....no sería yo quien delatase a nadie. Porque igual que yo sabía quiénes eran...ellos sabían quién era yo. Y si los delataba.....ya sabrían quién había sido.
 Respiré hondo. Era un tema que debía pensar. No podía ignorarlo así sin más. Pero ya lo tenía decidido.
 Mis pensamientos eran contradictorios, me daba cuenta de ello, pero no importaba. Decisiones, decisiones....
 Saqué una pequeña mochila y guardé algunos conjuntos de ropa para trabajar, metiéndolos cuidadosamente doblados. Dos pijamas, zapatos, perfuma, maquillaje, cepillos....
 Terminé de hacerla al isntante y la cerré con un poco de maña.
 Hice la cama y recogí mi habitación. No soportaba dejar mi piso desordenado y teniendo conciencia de que estaba todo tirado y sucio.
 Al terminar con mi habitacíón ordené el salón e hice la colada.
 Dejé la mochila en el silló y me paré justo en la entrada de la cocina.
 Tenía que fregar los plaos, y colocar los que ya estaban secos. Tenía que hacerlo.
 Sin pensar ni un segundo más, porque sinceramente no podía pensar más de lo que ya lo hacía, entré en la cocina. Estaba exactamente igual que como la había dejado. No la echaría de menos por un par de días, para nada.
 Centré mis ojos en la poca vajilla sucia y saqué del lavavajillas los platos sequitos y todavía un poco calientes. Abriendo armarios y trasteando coloqué todo y fregué en el fregadero el plato, los vasos y los dos cubiertos sucios que tenía.
 Acabé pasando el paño por la encimera y dejé la cocina tan deslumbrante como los demás días del año. Apoyé mis manos en la encimera cuando terminé de limpiarla. Agaché la cabeza y reposé un poco, recuperando fuerzas. Estaba realemente cansada. Como si algo a mí alrededor hubiera chupado mi energía. Cansancio.
 Cerré los ojos y masajeé mis hombros suavemente sintiendo como me llegaba al alme de lo relajante que me era.
 Giré mi cuerpo hacia la encimera que había en medio de la cocina, sin abrir los ojos aún. No estaba preparada para hacerlo.
 Mis manos seguían haciendo maravillas sobre mis hombros y yo seguí derritiéndome al tacto, relajándome.
 Logré abrir los ojos con pereza y sin vacilaciones tiré la carta maldita en el cubo de la basura, sin pensar siquiera, dejando en la encimera las cartas comunes.
 Rodeé mi cuello con un pañuelo de varios colores y cogiendo mi móvil, mis llaves y mi mochila, me apresuré. Me aseguré de que la puerta quedaba bien cerrada y le di varias vueltas a la cerradura.

10/30/2011

Acorralada 8ª

-Eh, Jess ¿te encuentras bien?--murmuró Raquel por encima del alboroto que había en aquel restaurante.
 Un nuevo restaurante. Hoy era el día de su inaguración. Normal que hubiese tanta gente pero seguí pensando como hacía Raquel para enterarse de todas las nuevas inaguración que hubiesen. Si nuevo cine, si un nuevo centro comercial, si un restaurante nuevo.....bla, bla, bla. ¿Quería eso decir que ella era un poco cotilla? "No." respondía automáticamente. No era una cotilla, simplemente una persona curiosa y debido a sus amigos repartidos por todos lados se enteraba de cosas nuevas. Sí, definitivamente eso tenía que ser.
 -¿Jessica?--volvió a murmurar mi nombre.
 Giré la cara automáticamente hacia ella. ¿Me había hablado? No, porque yo la había estado mirando todo el rato y no la había escuchado hablar.
 -¿Eh?
 -Que si estás bien. No me has escuchado nada desde que llegamos......--frunció el ceño, confusa.
 -Ah, sí. Perdona es que estaba distraída por el ambiente--gesticulé con las manos señalando a mi alrededor.
 La comida estaba inacta en mi plato. La de Raquel llegó en ese instante y saludó a la camarera que le sirvió. "Otra más a la que conoce."
 Agarré el tenedor y el cuchillo y empecé a cortar la carne de ternera bien hecha. Odiaba la carne cruda, con sangre. Me parecía una cosa realmente espantosa, asquerosa. Por suerte yo había tenido unos padres que me habían inducido buenos hábitos para la comida.
 Me llevé el trozo de carne a la boca. Tenía una salsa extraña por encima, pero en cuanto me la metía en la boca hubo una explosión de sabores que me derritieron la boca y me la hizo agua. Gemí.
 -Esto está delicioso. Nunca había probado nada como esto.--Raquel me miró con atención y yo, cortando un trozo de carne le llevé el tenedor a su boca y ella mordió la carne.
 Secundó la moción.
 -Sí.....y prueba esto.--me acercó su tenedor. Ella había pedido pescado a la plancha. Tenía un majado por encima que me hizo en la boca lo mismo que la carne.
 -Me encanta este restaurante.--murmuré.
 Ella rió por todo lo alto y varias personas que estaban cerca de nuestra mesa nos miraron con mala cara y otros con curiosidad.
 Ambas nos concentramos en comer por un buen rato y Raquel me miró de vez en cuando, esperando a que dijera algo. Bueno, la verdad es que no sé que esperaba de mí, pero me limité a comer.
 ¿Recuerdas?
 ¿Recuerdas?
 ¿Recuerdas? 
 Me enfadé tanto por el miedo que había crecido nuevamente dentro de mí que tiré el tenedor y el cuchillo sobre la servilleta y me levanté, caminando hacia el baño de las chicas y encerrándome en él.
 No quería que Raquel me viera así. No quería que nadie me viera así.
 Lavé mi cara con agua helada. Una, otra y otra vez. Me la sequé con una toallita rosita que colgaba junto al lavamanos, debajo de las servilletas. Era suave al tacto, de algodón.
 Respiré hondo. Cálmate. Aquello era una broma pesada....."Sí, una broma, una broma, una broma. No es real. ¡No lo es!"
 Volví con Raquel. Ella sí era real. Real y era mi mejor amiga. Mi amiga. Y era magnífica, hermosa. Quise decirle lo mucho que la quería, pero no quería ponerme melodramática delante de ella.
 No sabía ni como encontraba tiempo para mí. Ella estudiaba derecho en la universidad y era una carrera muy, muy dura. Una carrera que te privaba del resto del tiempo, de las horas libres y de los descansos, pero ella encontraba un hueco para ver a su tonta amiga: yo.

10/19/2011

Acorralada 7ª

 Tan solo habían pasado dos semanas eternas. Pero para mí significaron años. Dos duras semanas.
 Iba a trabajar y permanecía en cuerpo pero no en alma con la realidad. ¿Miedo? Ya no tenía tanto. Consuelo había encontrado a partir de una mentira y ahora, incluso me sentía mejor. Extraño pero verdad.
 Cada día que pasaba y quedaba atrás pensaba un poco menos en lo sucedido. Soñaba pesadillas menos a menudo. Despertaba con el corazón latiéndome contra el pecho y sudada menos que antes. Ya casi, si quería, podía olvidar fácilmente todo.
 Rob me hacía más compañía ahora, que antes de que todo esto y la falsa confesión sucediese. ¿Era eso hipócrita? ¿Masoquista? ¿Tenía que sucederme algo malo para obtener algo bueno a cambio? Porque yo no deseaba ni lo uno ni lo otro.
 Había reducido las salidas nocturnas. Eso sí que era cierto. Pero, solía quedarme en casa, descansar o quedarme con mi vecino hasta cierta hora de la noche, acompañada. Mejor eso que sola, desde luego.
 Dejé caer las llaves en la mesita de entrada y tiré mi bolso junto a ellas.
 El día había sido horrible, terriblemente horrible. Mi compañera se había dado de baja por un equince en el pie y ahora no tenía con quien hablar excepto con una chica antipática y arisca que se esforzaba más por parecer animada y simpática a los clientes que buscar una compañera para pasar el rato en las horas muertas. A-bu-rri-da.
 Reconté el correo y miré la fuente desde donde me mandaban las cartas. Una de la chica que  me había vendido el piso, propaganda de cosméticos, la revista de la digital plus y una carta blanca anónima.
 Abrí la última, curiosa. La tanteé con las manos y sentí cierto volumen dentro de la carta. Su peso me intrigaba aún más. No era muy grande.
 El timbre sonó y fui a abrir. Dejé las cartas sobre la encimera de la cocina y abrí la puerta.
 -¡Raquel!--exclamé completamente ilusionada.
 No la había visto desde......Hacía mucho que no la veía. Me reavivó el cuerpo por completo, agradablemente sorprendida.
 La rodeé con mis brazos y la apreté tan fuerte que le corté la respiración y ella la mía cuando me devolvió el abrazo.
 Su pelo estaba completamente corto. Tanto que por poco no podía agarrar los mechones con mi puño. No pude enterrar la cara en el familiar olor y suavidad de su pelo. Estaba estupenda.
 Ella rió en voz alta a la vez que la hacía entrar en mi piso.
 -No me contestaste al móvil, asique he venido a secuestrarte para una comida......¿No habrás comido verdad?
 Negué con la cabeza. Se sentó en el sillón y yo frente a ella permanecí de pie.
 -¿A dónde me llevarás?
 -Jess.....acabo de decirte que te voy a secuestrar. ¿No recuerdas lo que significa?
 Me guiñó un ojo y yo reí. Asintiendo  con la cabeza.
 -Sí, no podré saber a donde vamos hasta que lleguemos. Lo recuerdo.--sonreí, feliz.
 -Bien, pues ¿a qué esperas? Cambiate ¿no? No creo que quieras ir con esa ropa sudada.....
 Le lancé la revista a la cara y fui a cambiarme. Ella leyó la revista que le había lanzado mientras me preparaba. ¿Tenía ganas de salir?
 Bueno la verdad es que no había salido mucho últimamente. Me alegraba su visita y sobre todo que me salvara de mi aislamiento. Raquel era así. Aunque ella no lo supiera siempre aparecía en el momento más oportuno de todos. Era como si acudiese por una llamada silenciosa que ella no era consciente de que exitía.
 Me recoloqué la camisa y me dirigí a la cocina a por un vaso de agua. Me giré y vi las cartas sobre la encimera.
 Dejé el vaso de agua en la mesa y cogí la carta blanca. Por un momento había permanecido olvidada de mí. La abrí más contenta y entusiasmada que antes y metí la mano dentro.
 Frío. Una superficie rugosa chocó contra mi mano y la rodeé con ella, sacándola del sobre, descubriéndola antes mis ojos y agarrándola fuertemente.
 Un papel pequeño se deslizó fuera del sobre cuando saqué mi mano. Paralizada.
 Contemplé aquella broma maldita. Mi respiración se aceleró y todo me vino de golpe, cayendo sobre mi espalda como una enorme carga. La que había permanecido suspendida en el aire esperando este momento.
 Miré el metal brillante y cortante que seguía al mango que agarraba con fuerza en mi mano. Una navaja.
 Con la boca abierta, con los ojos desorbitados y con el corazón en el aire, me agaché, recogiendo la nota y sosteniéndola entre mi mano como si pesara más de lo que debía pesar un simple papel. Puntitos negros me acompañaron mientras intentaba leer. Se secó mi boca
 ¿RECUERDAS?
 Escrito en letras grandes a lo largo del folio blanco con letras rojas. Mis ojos se humedecieron y una gota cayó en el folio, comprendiendo que era esto.
 La mano con la que sostenía la navaja comenzó a temblar.
 ¡Suéltala! ¡Suéltala!   
 Proferí sonidos incomprensibles.
 Más lágrimas cayeron sobre el folio y la tinta roja se corrió, como si se tratase de sangre.
 -¿Vamos?--su voz sonó detrás de mí.
 Reaccioné inmediatamente y guardé todo en el sobre antes de que pudiera ver nada. Antes de que pudiera descubrirme a mí misma ante ella. Limpié mis ojos y me giré, alejando aquella carta lo más lejos de mí.
 -Claro.

10/11/2011

Acorralada 6ª

En la puerta de mi edificio no conseguía encontrar esa paz que necesitaba. El sol había ido avanzando a medida que yo vacilaba. Subí corriendo de nuevo a mi piso.
 Roberto, mi vecino, me abrió la puerta inmediatamente. Él era la única persona que tenía a mi alcance que pudiera ayudarme, consolarme. En este momento me sentí como una niña pequeña, demasiado pequeña. Y de hecho prácticamente lo era. Solo tenía veintidos años. Solo esos.
 Abrió la puerta de su casa y me abalancé sobre él, agarrándome con fuerza y haciéndolo retroceder por el impacto. Su cuerpo se puso rígido y unos segundos después, comprendiendo lo que sucedía relajó sus brazos y me envolvía, vacilante, entre los suyos, cerrando la puerta de su casa. Enterré mi cara en sus pecho y lloré.
 Lloré hasta empaparle lo que quiera que fuese que llevaba puesto. Mis ojos cerrados no veían nada, pero mi olfato me transmitía su olor particular. Al igual que su casa. "Su casa...." pensé "....tiene su olor...."
 Él dio unos pasos hacia atrás intentando soltarse de mi abrazo y dejando caer mi pelo azabache. Sus caricias pararon. Me recordaron a las caricias de mis padres cuando trataban de calmarme en momentos de oleajes. En momentos malos y me sentí mejor. Me sentí llena. Sus manos eran grande sobre mi espalda, casi abarcaba mis espalda con sus dos manos. O quizás yo era demasiado pequeña en comparación con él.
 Me alejé. Mis manos cerradas en puñitos limpiaron mis ojos, despejándolos de lágrimas desahogadoras.
 "Mi aspecto era tan rídiculo" pensé. Iba con ropa de casa, unos pantalones de chandal negros y cortos y una camisa hueca blanca y por supuesto mis zapatillas azules de terciopelo. Mi cara debía de estar un poco colorada por el llanto, mis ojos rojos de dolor.
 Me agarró del antebrazo y me llevó a su sofá, sentándose él en el pequeño sillón que estaba al lado del grande, donde yo me sentaba. Me miró de hito en hito, esperando a que empezara a hablar,a explicarle esa intromisión en su vida. Ese pequeño tiempo que le estaba robando.
 Lo miré a la cara y me asusté. Sus ojos ocultos bajo sus gafas me examinaban con una paciencia enorme, como si fuera un experto en consolar crías colegialas. Aún llevaba puesto el esmoquín pero sin corbata y sin chaqueta, con la camisa un poco desabrochada. Había venido en mal momento. En muy mal momento, pero él no me había detenido y seguía ahí esperando a que hablara.
 Me limpié las nuevas lágrimas que cayeron. Él. Él iba a ser mi confidente, mi cómplice. ¿Pero de verdad se lo iba a decir a él? ¿Y si la policía me descubría? ¿Y si descubrían que era una mentirosa? Al no hablar, al no contarles lo que tenía que decir ya me había condenado a mí misma. Lo había hecho. Era cómplice. De mi propio ataque y de ellos. Estaba ocultándoles información a la policía. Pero es que......¡tenía tanto miedo!
 Rodeaba mis huesos poco a poco, devoraba mi piel. Penetraba más profundamente en mi corazón, en mi cabeza, paralizándome.
 Mis ojos se encontraron con los de él y mi cara se arrugó hasta volver a llorar. Cubrí mi cara, escondiéndola de él, de todo lo que me rodeaba. Mi cuerpo dio una sacudida. Sollocé.
 Una mano se volvió a posar en mi espalda, consolándome.
 -¿Qué te pasa?--preguntó paternalmente, sonando como si quisiera protegerme, ayudarme. Agarró mi barbilla y quitándome las manos de la cara, giró mi rostro hacia él, obligándome a darle una respuesta.
 -Tengo miedo.--mi cuerpo dio otra sacudida y lo que dije quedó acortado por un sollozo.
 Di varias respiraciones largas, intentado tranquilizarme.
 -La otra noche.....antes de anoche.....--comencé.
 No estaba segura. ¿Era bueno decirle la verdad a Roberto? ¿Toda la verdad?
 -.....Vi una persecución. Eran dos chicos y uno de ellos......--temblé de miedo--.....tenía un cuchillo en la mano....
 Mis ojos, que solo miraban mi regazo parpadearon atontados. ¿Había mentido? ¿Por que no le había dicho la verdad?
 Eso....no era del todo mentira, pero no podía. No podía hacerle cómplice. No, porque sino las consecuencias le arrastrarían a él también. No podía decirle a nadie que habían estado a punto de matarme. De marcharme de este mundo para siempre sino era a la policía primero. Ellos debían de enterarse primero. Pero eso que le había dicho a Roberto fue exactamente lo mismo que conté a la policía. No había visto nada.
 Suspiré alejando la imagen de mi cabeza.
 Rob sonrió. Sin decir una palabra me abrazó de nuevo y me reconfortó. Sin decir nada, sin preguntar nada, me calmó. Me recordó al hermano que siempre quise y nunca tuve.
 Reí nerviosa.
 -Gracias.
 -¿Te sientes mejor ahora?--preguntó con voz dulce, delicada. Asentí con la cabeza.--Bien.....si me permites la pregunta....¿Has hablado con la policía?
 Me dediqué a mirarlo, sin sentimientos.
 -No es que no me preocupe que no te haya sucedido algo.....te veo aquí y no veo nada mal en tí.....
 Lloré, por dentro. ¿Nada mal en mí? ¿Nada mal? ¡Todo está mal! Quise gritarle, pero me negué. Me estaba consolando, me hacía sentir mejor.
 -Sí. Está todo solucionado....pero no lo saco de mi cabeza.--susurré.
 -Estás traumatizada.....
 Asentí con la cabeza. Traumatizada. Esa era la palabra correcta.
 -Solo.......necesitaba contárselo a alguien.--sonreí.
 -Te entiendo.--movió la cabeza de arriba abajo ritmicamente.
 -Bueno.....gracias por escuchar. Debería irme.--levanté una mano en señal de despedida, dirigiéndome hacia la puerta.
 Salí al pasillo. A estas horas estaba perfectamente iluminado gracias a la luz del sol que entraba por las ventanas. Parecía todo más tranquilo, seguro.
 -¡Espera!--gritó fuertemente, asustándome. Corrió hacia mí.--Quédate y después, más tarde cenamos....
 Miré por detrás de él, hacia su casa.
 La viejita que vivía al lado de mi piso pasó entre nosotros murmurando saludos de mala leche. Normalmente solía ser muy dulce. Soltó las bolsas de la compra y metió la llave por la cerradura con su mano temblorosa. La observé entrar y después volví a concentrarme en Rob. Lucía tranquilo, esperanzado de tener compañía esa noche, de dármela a mí.
 Miré mis zapatillas, que me indicaban lo que quería hacer yo realmente. Él dirigió la mirada hacia donde miraba yo y rió en voz alta, contagiándome.

Acorralada 5ª

 Llegué a la tienda y subí la verja para poder entrar. No la bajé, sabiendo que mi compañera debía de estar al llegar.
 Solté el bolso en una taquilla, debajo del mostrador y saqué un paño y el limpia-cristales. Quizás esto era lo que más odiaba de mi trabajo. Tener que limpiar la tienda para que no se viera sucia. Lo demás.....me gustaba todo. Aconsejar a los clientes, colocar la ropa, vestir los maniquies....Adoraba mi trabajo y me alegraba de tener uno.
 Mi estudios no eran pocos, pero tampoco muchos. Solo la E.S.O y bachillerato de ciencias.
 Dejé el paño y me dispuse a colocar las prendas desdobladas. Odiaba que la gente las tratara al trancazo. Y sobre todo cuando venía una aglomeración de gente que no habían manos suficientes para atender todo lo que había a nuestro alrededor.
 Terminé con el primer estante y continué con el siguiente.
 Unas cosquillas subieron por mi espalda hasta atraparme la cintura con las manos. Me giré riéndome, esa solo podía ser una persona.
 Paula tenía un resplandor en la cara que se debía a que había dormido más esa noche. Me trataba como a una hermana pequeña más que como una compañera del trabajo. Lo cierto es que yo era la más joven de todas con diferencia. Todas mis compañeras tenían de veintinueve años para arriba y yo era la única con veintidós.
 Dejó su bolso junto al mío y cogió el cepillo. Mientras ella barría el suelo yo seguí ordenando la ropa y colocando cada prenda donde debía.
 -¿Qué tal el finde? ¿Descansaste lo suficiente?--no respondí y ella me miró. Sorprendida porque me hubiera pillado bajé los ojos y me concentré en mis quehaceres.
 -Bueno....no estuvo mal. La verdad es que estaba deseando que terminara esa semana para empezar esta. Los horarios de mañana me gustan más que los de la tarde.
 -¿Y a quién no? Hay menos trabajo eso desde luego.
 -No me refiero a eso. Me gusta este trabajo, no me importa que haya más o menos gente, pero la tarde la quiero todita para mí.
 Paula rió como si el chiste le hubiera gustado. Por las mañana en la tienda solo estabamos nosotras dos. Nuestro jefe no consideraba apropiado contratar a nadie más por las mañanas, pero la verdad es que una tercera mano no vendría mal. En cambio, por la tarde éramos cinco chicas. No a todas las conocía todavía pero solo conocía sus nombres. Nada más.
 Terminamos de limpiar y ordenar. Me puse detrás del mostrador y busqué la palanca de la luz. Activé todo lo que me falta y la tienda cobró vida. Paula encendió el reproductor de música y comenzó a sonar en un tono bajo, los suficiente como para oirlo nosotras dos nada más.
 Esperamos a que se hicieran las diez, con algunas clientas fuera de la tienda ya, para aprovechar la mañana, ya que apenas venía gente a esta hora. Y abrimos las puertas.

                                                                             ***
 Llevaba toda la mañana trabajando y mis tripas empezaron a sonar. Era la hora de irme. Solo me quedaban cinco minutos más y me iría a casa. Las otras chicas llegaron justo en el momento de irnos Paula y yo.
 Entraron varios clientes a la vez que ellas. Los ignoré por completo. Estaba tan cansada que solo deseaba comer algo y relajarme. Hoy había sido un día movidito. La gente que no trabajaba por la mañana parecieron ponerse de acuerdo para venir el mismo día. Pero había sido un gran día. Estaba contenta, relajada y cansada. Justo lo que necesitaba.
 Unos chicos empezaron a hablar con Paula, preguntando acerca de no-sé-qué blusa de otro centro comercial que estaba agotada pero que aquí quedaban. Al principio los ignoré igualmente pero después habló una voz que me sonó conocida, sin saberlo. Su voz era profunda. Mi garganta se hundió, secando mi boca.
 Su pelo era rubio teñido y era bajito.
 Suspiré a medias y salí prácticamente corriendo hacia mi coche.
 Estaba obsesionada. Necesitaba contarle a alguien lo que me había sucedido. Lo necesitaba profundamente. Y no hablarle a cualquiera, la única persona que me haría superar esto era un psicólogo, pero no podía permitirme el lujo de ir. Tendría que contarle todo, exactamente todo si quería que la terapia funcionase, pero no podía hacerlo. Había mentido.
 Agarré el volante con fuerza. Saliendo del aparcamiento bruscamente.
 Mi casa seguía igual que como la había dejado al salir. Calenté la comida que había dejado sobre la encimera y saqué un plato de sopa de pollo de la nevera, calentándola en un caldero.
 La tortilla se había quedado un poco pachucha, pero estaba buena. Y la sopa......era tan deliciosa que si por mi fuera me comería un plato cada día. Pero no. No podía abastecerme solo con sopa.
 Terminé de almozar y escuché las noticias en la televisión mientras me quedaba dormida.
 Rozando el país de los sueños sonó mi móvil, alejándome de él. Refunfuñé. ¿Quién me llamaba ahora? Estaba tan irritada que la cabeza me había empezado a doler. No podía soportarlo.
 La música de mi móvil siguió sonando sin tino. Lo agarré con fuerza y sin mirar el nombre de la persona contesté.
 -¿Sí?--pregunté malhumorada. No contestó nadie. ¿Era una broma o qué?
 -¿Hola? ¿Hay alguien ahí?--aparté el móvil de mi oreja y miré la pantalla enfadada. Número desconocido. Mis ojos se agrandaron de par en par y colgué rápidamente, asustada. Nunca me había gustado responder a números desconocidos ni privados. Nunca.
 Comenzó a vibrar entre mis manos y salté asustada dejándo caer el móvil al piso. 
 Un número que no estaba registrado en mi agenda aparecía en la pantalla de mi móvil. Lo cogí entre mis manos. No podía responder. Estaba demasiado dormida y con la mente demasiado asustada. Apreté la tecla verde, la de responder por error. Puse el altavoz.
 -¿Hola?
 Escuchaba una respiración. Antes sin los altavoces activados no púde oírla. Siguió respirando agitadamente hasta asustarme. Colgué la llamada.
 Quien quiera que fuera el que me estuviera haciendo esta broma no tenía ni idea de lo mal que lo estaba pasando.
 Ni una semana. No había pasado ni una semana todavía, desde lo sucedido. Este era el segundo día.
 Mi móvil volvió a sonar y yo corrí alejándome de él  y poniéndole el silencio para no escucharlo. Silencio. Todo en silencio. No me resultaba aterrador, al contrario. De esa manera escuchaba todo cuanto había a mi alrededor. Todo cuanto sucedía. Silencio. No había más que eso.
 Me escondí bajo mis sábanas llorando como una niña pequeña. La comida se me subió a la parte alta de mi estómago, amenazándome.
 El miedo corrió por mis venas cuando escuché el zumbido del vibrador del móvil sobre la mesita del salón. mi cabeza dio vueltas y me subió un calorcito por la espalda, hipnotizante.
 Corrí, alejándome de todo. Yendo a un solo sitio donde encontrara consuelo, seguridad.

10/05/2011

Acorralda 4ª

 Me erguí en la cama rápidamente, sintiendo mi corazón golpeando mi pecho. Mi cuerpo estaba sudado y pegajoso; y yo.....temblando del miedo. Miedo. Miré a un lado y otro como había sucedido en mi sueño, solo que esta vez la familiaridad me golpeó como una bofetada en la cara. Mi casa.
 Estaba en mi cuarto. Mi apartamento. Tras las cortinas, el sol floreaba ya, inundando mi habitación de colores blanquicinos debido a las cortinas blancas.
 Mi despertador comenzó a vibrar en esa fracción de segundo que llevaba despierta, desorientada. Marcaba con números rojos y fluorescente las ocho y media.
 Me pasé la mano por el pelo y mi mano se humedeció.
 "Mierda" pensé para mis adentros. Sencillamente esto era lo peor que me había sucedido.
 Intenté recordar el sueño, procesándolo. Pero me daba miedo. Tanto que quería echarme a llorar e ir corriendo a la cama de mis padres para que me abrazaran fuertemente como habían hecho cuando era pequeña y tenía pesadillas. Ellos, mis padres, me habían protegido de mi subconsciente, que era el culpable de lo que soñaba y me habían enseñado a no tenerles miedos, a afrontarlo como una verdadera luchadora. Pero ahora......
 El timbre de mi apartamento sonó. Mis ojos se abrieron de par en par, sobresaltada. Respiré entrecortadamente.
 ¿A estas horas? ¿Quién era? Nunca, nunca mi timbre había sonado a estas horas de la mañana. Salté fuera de la cama, metiéndome en mis zapatillas azules de terciopelo. Me recogí el pelo caminando hacia la puerta y me paré delante de ella, mirando la pantallita del interfono.
 No había nadie. Solo se veía la acera de cuadros blanca y negra despejada y me mosqueé. No era el timbre del interfono de la calle, era el que había al lado de mi puerta, junto a la luz temporal de las escaleras. Y no podía ver quien era.
 Apoyé ambas manos en la puerta a la altura de mi cara y me apoyé en ellas. Cerré los ojos suavemente y pensé.
 Relajé mi mente. No podía ser. No podía ser él. No me conocía, no sabía donde vivía. No sabía nada de mí. No podía ser. No vendría a por mi un día después, no lo haría. O al menos eso pensaba yo poniéndome en su lugar. ¿Entonces......?
 No pensé más. Agarré el manillar de la puerta y la abrí lentamente.
 Un chico super familiar descansaba en la puerta. Sus gafas ocultaban sus ojos azules, lo deslucían. Pero generalmente llevaba lentillas y se podía disfrutar de su visión. El pelo lacio marrón le llegaba hasta la barbilla, peinado hacia atrás ahora. Seguía siendo tan alto como siempre. En su mano agarraba un maletín negro y llevaba puesto su esmoquín de trabajo, con una corbata lila muy mona.
 Roberto.
 Mi vecino de enfrente. Tenía cuatro años más que yo, veintiseis,  y me había pasado días y días en su apartamento intentado consolarle tras la marcha de su novia. Cuando había entrado en su apartamento para empaquetar las cosas de su novia y ayudarle a bajarlas al coche de ésta, una profunda tristeza me invadió. El piso quedó prácticamente vacío cuando terminamos de llevar las cosas de Teresa, la novia perdida.
 No sabía mucho de rupturas. La mayoría de las veces era yo la que dejaba a mis novios, aunque claro que sabía lo que era. Lo sabía y me entristecía. Este chico había tenido muy, muy mala suerte. Pero él no me había pedido ayuda. Se la había ofrecido yo. Las noches se me hacían eternas cuando le escuchaba llorar, ahora, ya lo llevaba mejor y no le escuchaba llorar. Pero los vecinos habían que ayudarse entre ellos y eso era lo que había hecho. Me mostraba muy voluntaria con todo y con todos. Aunque a veces me preguntaba si era por propia voluntad o solo para intentar el vacío que sentía a veces en mi pecho.
 -Buenos días, Jess--murmuró. Me miró a la cara, escrutando mi rostro.
 -Buen....--comencé a decir pero me interrumpió.
 -¡Oh! ¿Te he despertado?
 -No, que va. Has tocado el timbre justo cuando acababa de despertarme. Ja ja--reí. El pareció relajarse. Tener una vecina tan joven e inmadura no era del todo un suplicio. Era muy interesante.--Bueno.....¿necesitas algo? Es que me tengo que habilitar para ir al trabajo....
 Señalé por detrás de mí. Ya no sentía nada excepto simpatía y alegría. Una inmediata que me hacía sentir ese chico.  
 -Ah, claro. Mm...precisamente acerca de eso te quería hablar. Como tú trabajas en el centro comercial de Jarón, pues, quería saber si me podrías alcanzar en coche hasta allí. Tengo una entrevista en el edificio que está detrás.
 -Sí, no hay problemas. Pero me tengo que duchar y desayunar, asique si no te importa esperar....
 -Oh, no. La entrevista es a las nueve y media, todavía queda una hora--sonrió. Yo le invité a pasar y cerré la puerta detrás de él.
 Por un nano segundo me había hecho olvidar la pesadilla que había tenido y acerca de quien creía que iba a ver detrás de esta puerta, pero el recuerdo volvió a mí tan rápidamente como me metí en la ducha para eliminar los restos de sudor. El agua fría la sentí como hielo rajando mi piel, pero a pesar de eso no me molesté en subir la temperatura. Me venía de perla.
 Mi mente se despejó, mi cuerpo tembliqueó y cuando salí de la ducha no sentía el aire tan frío, al contrario. Lo sentí completamente cálido.
 Me preparé y cuando dejé el frasco de perfume sobre mi tocador salí disparada hacia el salón.
 El piso en sí no era tan grande como lo sería una casa, pero a mí me gustaba tenerlo todo a mano y tan acogedor.
 Rob se levantó nada más verme y me siguió bajando las escaleras, pero no antes de que cerrara la puerta con llave. No me fíaba de nadie.
 Fuera el aire era aún más cálido, el sol abrasaba mi piel, haciéndola arder. Entré en el coche y puse el aire acondicionado hasta que sentí que mi nariz se congelaba y que no podía tomar aire en mis pulmones. Roberto resoplaba por lo bajo. No era la primera vez que le llevaba a algún lado en coche. El suyo era tan viejo que constantemente se estropeaba. Pasaba más tiempo en el taller que conduciéndolo. Asique ya estaba más que acostumbrado a mi estúpida constumbre de matarme de frío.
 -No entiendo como lo aguantas, de verdad.--comentó por lo bajo.
 -Bueno....es solo cuestión de gusto. Prefiero refrescar un poco el ambiente, odio el calor.
 Le eché una miradita y seguí mirando a la carretera.
 -Tú lo que quieres es matarnos con una hipotermia.
 Reí. Él se abrazó a sí mismo, temblando del frío. Cambié la dirección del aire, todo hacia él y le puse la calefacción un rato. Lo suficiente para que dejara de temblar y lo apagué.
 Detuve el coche en frente del edificio al que debía ir Roberto y bajé la ventanilla cuando él cerró la puerta del coche.
 -Gracias por traerme.--murmuró en voz tan alta que pensé que no había visto la ventanilla deslizándose hacia abajo. Puse los ojos en blanco.
 -Nada. ¡Suerte con la entrevista!--grité en cuanto se hubo alejado.
 Yo conduje hasta el centro comercial y aparqué el coche en el sótano, resguardándolo del sol.

10/01/2011

Mi corazon, mi mar, personas que amo....


-¿Por que te gusta tanto el mar?
^Por que es infinito, inmortal....
-Vale, ¿pero eso que tiene de especial? Me tienes a mi....
^Sí, te tengo a tí. Pero tu eres algo pasajero. Puedo perderte en cualquier momento. El mar no va a desaparecer jamás, estará conmigo toda la eternidad.
-Pero yo estare contigo siempre.....
^No es algo seguro.....
-Sí que lo es, porque yo te quiero. Y no entiendo como prefieres el mar antes que a mi.
^Verás, no es que lo prefiera. Es que es más fiel, eterno y no desaparecerá. Seguirá intacto, de una pieza, siempre. Y ahora mismo tú eres una pequeña pieza de ese mar intenso. Corresponde mi corazón. Él está formado por pedacitos que corresponde a distintos sentimientos y personas. Y cada día van creciendo más, hasta formar un intenso mar dentro de mí. Como el real. Y cada vez que lo veo me recuerda al mar que crece poco a poco dentro de mi.....
-Entiendo.
^¿Lo entiendes?
-Sí, porque a mi me pasa igual. Tú eres mi mar.
^Y tú formas parte del mío. Pero no eres el único que lo formas.
-¿A no?
^No. Mis amigas, mi familia, mi gente.....también lo forman, pero tú eres el importante. Mi mar.

9/29/2011

Acorralada 3º parte

 Me había desmayado. Mirando a mi alrededor había podido observar que estaba en un hospital. Había despertado y me había sentido sola, no había nadie conmigo. Sola de nuevo. Pero desde hacía rato la polícia se había marchado. Eran los únicos visitantes que había tenido hasta ahora. Tampoco es que necesitara a nadie, pero quería estar acompañada y no salir de este hopistal sola. Era de noche. De noche. Oscuridad.
 No tenía miedo a la noche, a la oscuridad, pero la noche pasada me había calado muy hondo lo sucedido. Ahora solo deseaba cerrar los ojos y que al abrirlos viera nada más que una brillante luz que alejaba las sombras. Porque cada vez que mi cuarto se íba oscureciendo másy más las imágenes regresaban a mi mente como unas diapositivas. Y yo no quería recodar. 
 Era una miedica. Estaba transtornada y encima era una farsante, una mentirosa. Había mentido. ¡Mentido! Y sencillamente no podía creermelo aún.
 -¿Qué le sucedió, señorita? ¿Le hicieron algo los delicuentes a los que tratábamos de atrapar?--había preguntado uno de los polícias. Rechoncho, bajito, con gafas de pasta negra y pelo negro rizado, corto. A ese no le había visto anoche, la verdad es que no sabía cómo había llegado al hospital ni quién se había  parado frente mía ni que había pasado después de ahí.
 -No lo sé. Yo iba de camino a mi casa cuando esos dos pasaron corriendo por el callejón y me aparté sorprendida y asustada al ver que uno de ellos portaba un arma.....
 -¿Reconoció a alguno? ¿Les vio el rostro?
 Había negado con la cabeza. El miedo me había inundado el cuerpo otra vez, pero yo, en vez de decir la verdad y que me ayudarán.....No. Dejé el caso aparte.
 Ni les había ayudado a ellos ni a mí misma.
 El rostro que había visto, el que podría ayudar a esos polícias con su investigación o lo que fuera que estuvieran haciendo, no se lo decía. No le había descrito.
 Recordando la escena una vez más me di cuenta de que sabía muchísima más información de lo que pensaba. Sí, podía reconocer ese rostro en cualquier lugar pero.....por su nombre también. Christian.
 Christian se llamaba el chico....
 ¡Stop! Frené mis pensamientos en seco. No me podía permitir seguir pensando en nada que me hiciera mal, que me hiciera daño.
 Dirigí mis pensamientos hacia una dirección menos dañina. Mañana, Lunes, tenía que ir a trabajar. Mi compañera, Diana, no tenía las llaves de la tienda, por lo que me tocaba a mí "madrugar". Ahora, desde hacía unos meses, estaba trabajando en la tienda de Stradivarius, pero antes había estado trabajando en una de zapatos. Me gustaba más la ropa. Era lo mejor que podía hacer hasta que me animara a estudiar en la universidad periódismo. Pero mis ganas menguaban.
 Una enfermera entró en mi habitación. Llevaba el pelo recogido en un moño y unas sandalias de modas que realmente eran confortables de color blanco. Yo tenía unas iguales pero en azul. Y llevaba el uniforme completamente blanco y reluciente. Casi brillaba.
 Me dio el visto bueno para abandonar el hospital y en cuanto hubo cruzado la puerta, saliendo de la habitación me puse en pie. No tenía mucho que recoger. Casi nada en realidad, solo mi ropa. La que debían de haberme quitado y sustituido por ese horrible pijama de hospital. Al menos todavía llevaba mi ropa interior.
 No me molesté en hacer la cama suponiendo que ya se encargaría alguien de limpiarla. Caminé por el pasillo hasta doblar en una esquina y llegar al recibidor, la zona de espera. Como era normal, había bastante gente allí sentada y me dio cierta envidia. Esas personas no estaban sola, como yo.
 Me paré frente a la puerta, observando mi propio reflejo en el cristal. Era noche cerrada y no quería alejarme de allí. No quería salir a la calle, a las pocas zonas iluminadas de las lámparas.
 Respiré hondo. Mi corazón se había empezado a acelerar. Cerré los ojos un segundo y volví a abrirlos decidida a no perder un minuto más. Me acerqué rápidamente hacia las puertas mecánicas y salí del hospital justo cuando ambas se abrieron, dejando escapar la oportunidad de arrepentirme y volver dentro.
 No tenía coche. No tenía como llegar a mi casa, y la última guagua ya había pasado por allí.
 Desde lejos vi una hilera de taxistas esperando su turno para marchar, para hacer algo. Caminé hacia ellos. El primer taxi, el que conducía una mujer de unos cuarenta y pico de años se ocupó en el mismo instante en que llegué yo y me tuve que fastidiar. Entré en el segundo, el que conducía un hombre viejo con patillas y bigote marrón y la parte superior de la cabeza calva. Tiró el cigarrillo al suelo y ocupó el asiento del piloto.
 No entendía la estúpida obsesión que tenía acerca de los hombres que conducían un taxi. Sencillamente las muejres me parecían más seguras, me daban confianza.
 Me dejó en la calle Romero número 57, piso 3. Allí vivía yo y frente al portal del edificio estaba aparcado mi cochecito mini. Solo tenía dos puertas, con cuatro asientos y un portabultos normal. Era blanco. Un toyota yaris con cierto encanto. No era la última moda, pero era lo que me gustaba y podía permitirme.
 Entré en mi apartamento multicolor y lo primero que hice fue darme una larga ducha calentita que calmó mis músculos. Pero no mi cabeza, mi mente, mi corazón.....
 Me había trasladado a otro lugar. Estaba cerca de mi casa. Cruzando la esquina. El corazón me latía y me desgarraba mis miembros. Tenía una sensación de inseguridad dentro del cuerpo que no pude explicar.......Era "miedo". Martilleaba mi corazón, haciéndolo correr y bloqueaba mi mente, impidiéndome pensar.
 Giré por la familiar esquina, esperando ver la calle Rodrigo. Tan llena de edificios que a veces me apenaba. Había tantos vecinos.....Aunque yo solo conocía a los de mi edificio. Los otros....me sonaban sus caras, pero no los conocía.
 Al llegar a la señal de prohibido el paso me paré en seco. El mundo se tambaleó lentamente hasta desaparecer. Se fue creando un lugar distinto a mi calle, pero yo no lo reconocía. Miré a un lado y a otro pero no había nada que delatara a ese lugar una pizca de familiaridad.
 Metí mis manos en mi chaqueta. ¿Mi chaqueta? ¿Mis bolsillos?
 No había. NO había ningún agujero por donde meter mis manos y resguardarlas del frío. Observé mi corto vestido zafiro y mis zapatos de tacones negros.
 ¿Y esta ropa?
 Tenía también un bolsito pequeño cruzado al hombro negro.
 Volví la vista atrás. Era de noche y estaba oscuro. Al final del callejón solo distinguía más callejón.
 Comencé a caminar lentamente y vacilante hacia el frente. ¿Norte? ¿Sur? ¿Este? ¿Oeste? Ni idea de donde estaba. Ni idea.
 Mis tacones resonaban con fuerza, como si un tambor inmortalizara y aumentara su sonido.
 El callejón estaba poco iluminado. Apenas veía. Era ancho y sucio. Había charcos de agua en algunos sitios. Y mi miedo aumentó, paralizando mi cuerpo, impidiéndome avanzar.
 Resonó una voz. Una voz que no nunca había escuchado, riéndose. De algo. Me disparató todos los huesos y comencé a correr por el callejón, dirigiéndome hacia la luz.
 Plosh, plosh.....Resonaron unas pisadas que no eran las mías. Sobre los charcos de aguas.
 Rió. Rió más fuerte. Y solo pude oír eso. Una risa maliciosa, burlona.
 Le vi.
 A escasos centímetros, de mí. Allí estaba él.
 Grité.  

9/24/2011

¿Por qué yo?


   Muchas veces nos hacemos esta pregunta: ¿Por qué yo? Pero en realidad todo es una cuestión de filosofía. Nos hacemos esa pregunta por algo malo que nos ha sucedido y nos ha tocado vivirlo; por algo bueno y que no nos creemos que sea verdad y preguntamos lo mismo. Una y otra y otra vez. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?
 Pero en realidad no nos hace falta esa pregunta. No. Porque ya conocemos la respuesta. Es la vida. A cada uno le suceden cosas distintas. Quizás a uno le toque una peor ración de suerte que a otro, pero sin eso....no seríamos nosotros. No seríamos distintos.
 Esa pregunta: ¿por qué yo?; está fuera de lugar. Porque simplemente sucede y punto. Porque si no sucedería no tendríamos cada uno nuestra personalidad y no tendríamos las cosas buenas que tenemos. No seríamos nosotros mismos. Por que de los ERRORES se aprende. De las cosas MALAS también salen cosas buenas. De ellas, es de donde salen las buenas.
 ¿Por qué yo? Porque aún no has aprendido y de esta situación puedes sacar algo bueno.
 Asique....no te hagas esa pregunta en sentido retórico. No te lo preguntes porque pienses que eres un desastre ni porque eres un/a fracasad@ en la vida. Simplemente piensa.....en que es lo mejor para tí. Porque después de eso SIEMPRE viene algo bueno y recordarás que fue lo que hizo que viniera a ti.
 La pregunta correcta es: ¿Porque me toca aprender ahora a mí? Sí.

9/22/2011

Acorralada 2º parte

 Tragué saliva con fuerza. La navaja seguía pegada a mi piel, mi garganta. No quería moverme. Cabía la posibilidad que por un movimiento me la clavara yo misma. No me atrevía a abrir los ojos. Realmente seguía creyendo en mi interior que iba a pasar, que mi vida había terminado. Solo tenía que esperar a que hundiera un centímetro más el metal en mi garganta y rezar por que se diera prisa en hacerlo.Por que no fuera demasiado cruel e inhumano como para hacerme sufrir tanto tiempo.
 Pasaron los minutos y yo seguía allí con la sensación de la navaja en mi piel y el aire que soltaban los pulmones de mi asesino sobre mi cara. ¿Todavía no había muerto?
 Abrí los ojos de sopetón. Apenas podía creerme lo que veía. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿Realmente tenía un ángel de la guarda que en este instante me estaba protegiendo? Llegaba a resultar un poco estúpido que pensase que todo había sido obra de un ángel, que nunca me había protegido. Nunca. ¿Entonces qué sucedía?
 Su mirada desafiante y dura se cruzó con la mía mientras le estudiaba. Desafiante, asesina y ahora confusa y culpable y de nuevo asesina.
 Una parte de mí quería hacerle preguntas de las cuales necesitaba respuesta, pero me callé. El miedo atenazaba mis huesos y se comía mi piel. No tenía valor. Este chico podía matarme de un momento a otro. No quería ni respirar.
 Seguí el largo de su brazo hasta la mano y no vi nada. ¿Nada? ¿Y la navaja? ¡¿Dónde estaba la navaja?!
 Mi corazón volvió a dispararse. Volví la vista a su cara. Hacia ese psicópata. No se había movido. Su cuerpo estaba muy cerca del mío, tanto como para sentir su calor corporal, tanto como para oírle respirar.
 Mis piernas, que habían estado temblando, habían ralentizado el ritmo. Me fui calmando poco a poco y empecé a sentir los desperfectos de mi cuerpo.
 Los pies me dolían. Sobre la plantilla, las plantas de mi pies ardían. Mi pecho me dolía de las fuertes palpitaciones. Mi manos estaban rotas, acalambradas. Mi cuerpo, exhausto.
 Una de sus manos se levantó, desenterrando el puño que había estado apretando con fuerza. La acercó a mi cara y yo cerré los ojos inmediatamente, esperando sentir un golpe. ¿Quería golpearme? ¿Apuñalarme? ¿Matarme? ¿Qué quería de mí? ¡¿Qué?!
 Se salieron unas lágrimas de deseperación, tiñendo mi rostro.
 Sentí su mano moviéndose por mi piel, mi cara. Y la dejó medio en mi mejilla y medio en mi cuello, aprentando mi garganta con el dedo gordo con fuerza. Le miraba a la cara y él mis ojos lagrimosos.
 Sollocé.
 Él dio un paso más hacia mí y nuestros cuerpos se tocaron, en un indeseable acercamiento. Me miró con la cara ladeada.
 Para, para, para.....
 Apretó su mano con fuerza sobre mi cuello, con su rostro a escasos centímetros del mío.
 Sus ojos eran tan aterradores que no podía apartar la mirada de ellos. Estaba tan anonadada y fuera de mi mente por el fuerte shock que no era consciente de lo que me rodeaba.
 Unos pasos chapoteando se acercaban corriendo hacia nosotros. Era una carrera parecida a la mía, solo que esta, no era insegura. Era fuerte, decidida, urgente.
 -¡¡Cristian!! ¡Corre!--esa voz resonó en toda la calle, pasando por delante de nosotros dos. Mi asesino, giró bruscamente la cara hacia atrás, observando lo que ocurría.
 Soltó mi cuello, alejó su cuerpo, se apartó de mí.
 Volvió su cara para mirarme un segundo con detenimiento y corrió.
 Sus pisadas se unieron a las del otro chico que le había advertido. Pero...¿Advertido de qué?
 Ambos cuerpos desaparecieron por la calle y yo seguí pegada a la pared. No podía moverme. Esto no era real.
 Pasados unos segundos otras pisadas resonaron por la calle, pero eran más profesionales.
 Dos hombres con uniformes se detuviero delante de mí, los demás siguieron su camino.
 ¿Y ahora qué? ¿De verdad se había ido?
 Volví a tener la sensación del frío metal sobre mi garganta.
 Ese psicópata me había marcado. Profundamente.
 -¿Por dónde se han ido?--me preguntó uno de ellos.
 Le miré y no respondí. Estaba fuera de lugar. Dejé que mis piernas cedieran, impulsando mi cuerpo hacia el suelo.

9/20/2011

Acorralada

 Era una noche perfecta. De vuelta a casa tras haber salido con mis amigas por la avenida turística. El único problema: volvía sola, a casa, por las desiertas calles, a altas horas de la noche.
 El silencio era aterrador. Me hacía escuchar cosas que no eran, ver siluetas y personas donde no las habían. Una muestra del pánico que sentía.
 Autoconvecida de que era el alcohol, que ya se me había subido a la cabeza, seguí caminado a un paso más acelerado; lo que debió de advertirles de mi presencia.
 Unos nuevos pasos acompañaron los míos en un sonido armonioso y elegante, a pesar de las verdaderas circunstancias. Una chica sola, paseando por las calles con una vestimenta un poco....¿salida? ¿descotada?...quizás con la que se la podrían confundir con una puta. No era una buena experiencia y menos aún, si la perseguían unos chicos "malos" con unas intenciones muy distintas a ayudarla.
 El sonido de mis tacones se hicieron más precipitados, urgentes, rápidos....que antes, aproximándose a una carrera perdida. Nunca debí volver sola. Nunca debía rechazar a un amable caballero dispuesto a acompañarme a casa con la intención de protegerme, de cuidar de mí, aún si conocerme. Una oferta tentadora que nunca más podría volver a rechazar. Ni siquiera a aceptar. Me convencí de que no viviría más de esta noche.
 EL destino me había conducido de una noche perfecta a una trágica muerte. Mis ojos se posaron en la temible silueta que me perseguía. Una figura amenazadora que se encontraba más cerca de lo esperado. Se hallaba lo suficientemente cerca para oír mi respiración entrecortada. Lo suficiente para lanzarse sobre mí.
 Su mano fuerte y agresiva se cerró en un fuerte círculo alrededor de mi brazo, haciéndome daño y tirando de mí hacia sí mismo. Empujó con su cuerpo el mío hasta estamparlo contra una pared de la avenida.
 En ese instante lamenté haberme hecho un piercing en el ombligo, o al menos haberme puesto el que me puse. Quedó enganchado a su blusa negra y se impulsó hacia atrás con tanta fuerza que terminó agujereándola y dejándome un rastro de dolor en mi cuerpo. El primero, y no había sido intencionado.
 Fijé mis ojos en su blusa, desaprovechando la oportunidad de mirar el rostro que provocaría mi asesinato.
 En su mano apareció una navaja de unas dimensiones considerables. ¿Una navaja? No era el arma que esperaba. Si pudiese elegir mi forma de morir a manos de ese asesino, preferiría una bala directa en la cabeza. Era la manera más rápida y menos dolorosa. Pero el mundo era cruel y me había elegido a mí para este destino.
 Como cualquier persona, yo no me sentía preparada para morir. Todavía tenía muchas cosas por hacer en esta vida, muchas oportunidades que aprovechar o desperdiciar. Era un castigo por haber desperdiciado mi turno, mi oportunidad.
 Me fijé por primera vez en la cara del chico. Una enorme cicatriz adornaba su rostro y un piercing en la ceja izquierda no hacían de su rostro algo peor, al contrario. Aunque su expresión endurecida me recordó que sostenía una navaja y que probablemente estaría a punto de matarme, asesinarme. Sería el final de una corta vida sin aventuras.
 Cerré los ojos fuertemente esperando el filo de la navaja sobre mi garganta. Mi corazón se había desbocado y galopaba contra mi pecho a tanta velocidad que no lo creía posible; inundó mis oídos con su sonido rítmico, aceleró mi pulso sanguíneo, haciendo que con cada palpitación mi cuerpo sufriera de ansiedad, de miedo. Mi piel se calentó rápidamente y sentí como pequeñas gotas perlaban mi piel, desde mi cara hasta mis pies. Las manos me temblaban pero las había puesto detrás de mi culo para impedir que ese ser maligno las viera.
 Nada. No sentí nada en los siguientes minutos. ¿A qué esperaba? ¿Quería regodearse de mi situación? ¿Burlarse de mí, su presa? Estaba haciéndome pasar un tormento mientras esperaba la muerte vecina.
 Sentí el filo pegado a mi garganta, enfriándola con el metal puntiagudo. ¿Acaso no tenía compasión en su interior?