¿Todo era distinto? Llevaba un par de días con Raquel y había logrado calmarme. Ya no estaba tan nerviosa, ni siquiera me sentía perdida. Esta chica lograba ayudarte sin que ella lo supiera. Era una persona maravillosa, mi hadita. El móvil no había vuelto a sonar desde el momento en el que entré por la puerta de Raquel. Y no me había encontrado cara a cara con sus padres. ¿Qué más podría pedir?
El trabajo era entretenido. Y más ahora que la época de navidad se acercaba. La gente se volvía loca comprando para sus familiares. Y muchos de ellos venían comprando ropa para sus mujeres, novias, hijas....
Estaba en el trabajo. Ahora no solo éramos dos dependientas. Otras dos de las chicas habían tenido que cambiar su turno al de por la mañana para poder cubrir todas las necesidades de la tienda. Yo estaba encargándome de cobrar, pero la verdad es que ya me dolía la cabeza de tantos números. Me gustaba ayudar al cliente a elegir lo mejor para la persona a la que estaba buscando la ropa. La talla, el estilo....moverme de un lado a otro y no encargarme de la infinita cola para cobrar, doblar las compras y meterlas en las bolsas y hacer el ticket especial para navidad.
Llamé a Natalia, la chica que estaba simplemente colocando el desastre que habían formado los clientes y en cuanto acudió a la caja y yo terminé de atender a una mujer cuarentona que le había comprado a su hija un vaquero ajustado y una blusa negra de brillantitos de fiesta, le cambié el puesto.
Natalia adoraba los números. A ella si que le gustaba cobrar, pues mientras lo hacía entablaba conversación con el cliente y le sonsacaba su vida entera. Era muy curiosa debía admitirlo, y lo mejor de todo: nunca se cansaba de cobrar. Podría pasarse el día entero sin quejarse. podía aguantar la presición de estar de pie en el mismo sitio sin moverse.
Paula y Andrea andaban por la tienda con algún cliente o en el almacen buscando tallas adecuadas. Yo me acerqué a una mesa y coloqué todas las blusas disparatadas, ordenándolas por tallas de menor a mayor. No serviría de nada, ya que volverían a destrozar el motón, pero al menos, lo poco que duraría ordenadas daría buena pinta al cliente, que era lo más importante.
Noté que alguien caminaba hacia mí y me erguí con una camiseta de cuello alto, gris, entre las manos. Me fijé en un chico con unos pantalones cortos de invierno a cuadro de tonalidades marrones entre sus manos. Lo miré de arriba abajo disimuladamente. En su cuello había un tatuaje que el subía como una enredadera hasta la oreja. Su vestimenta no era la una persona precisamente normal. Tenía pinta de gamberro. Hice una mueca. Las apariencias engañaban y yo no era nadie para juzgarle.
-Disculpe, señorita ¿puede ayudarme?--murmuró el chico educadamente. Dejé la camiseta bien doblada sobre el motón y me volví hacia el chico con una enorme sonrisa en la cara.
-Claro, dígame.
-Estaba buscando una talla correcta...pero no sé cuál utiliza mi novia.--hice una mueca de comprensión.
-Puede decirme más o menos como es de anchita--dije señalando mi cintura para que me entendiera. El chico me miró de arriba abajo, cuestionándome y haciéndome sentir incómoda.
-Es.....más o menos como tú. Sí, sin duda.--sonrió y yo le devolví la sonrisa.
-Oh, entonces nececsitará la talla treinta y ocho. ¿Está seguro de que es esa?
-Claro, acabo de decirle que es como usted.--me puse roja de vergüenza. Era verdad que acababa de decírmelo. ¿A donde se me había ido el santo?
-Iré a buscarla.
Le quité el pantalón que me tendía y fui hasta el motón de los pantalones a cuadros, justo al lado de las blusas de fiestas. Y lo encontré allí. Suspiré. La gente era muy despitada. Me giré buscando al chico, pero no lo veía por ninguna parte. Seguí buscándolo por la tienda por si estaba mirando otra cosa. Nada. No estaba. Se había ido. ¡Estupendo! ¿Me había estado tomando el pelo? Menudo mamarracho. ¿Cómo se atrevía?
Dejé el pantalón donde estaba, sintiéndome observada. ¿Se había estado intentado reir de mí?
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