Vive el presente, no el futuro.

Vive el presente, no el futuro. No esperes a que llegue mañana, disfruta de lo que tienes hoy.

1/08/2012

Acorralada 12º

 Mi cabeza era un torbellino de pensamientos mareantes y tormentosos que no me dejaban vivir libremente. Cada vez que dedicaba un segundo a mi mente me paralizaba. Cada vez que no estaba distraída, aunque fuera solo un segundo las imágenes se sucedían en mi cabeza provocándome arcadas, temor y adrenalina. No encontraba una explicación razonable a nada de lo que sucedía fuera de lo normal. Aunque quizás fuera muy normal en la vida cotidiana de algunas personas pero para mí el mundo del delito era nuevo y no sabía manejarlo ni tratar con él.
 No podía asimilar la horripilante escena y mala etapa de vida, cuando conocí por primera vez el mundo del delito, miedo, sangre y muerte. No concebía la idea de que a partir de ese encuentro desafortunado le sucederían muchos más. Como si me hubiera acercado peligrosamente a un sendero, que jamás debí pisar, y ya no pudiera salir de él aunque quisiera. Era un tanto irónico. Pensar que es imposible que le suceda a alguien conocido tuyo, pero más aún impensable que te pudiera suceder a ti mismo. Sí, las desafortunadas personas que salen en las noticias prestando declaraciones sobre la violencia o los actos terroristas.
 Suspiré cansada. No dejaba de repetirme lo mismo una y otra vez. No dejaba de recordar cada unos de los segundos sucedidos en estos pocos meses. Y sobre todo la mañana de trabajo.
 ¿Qué había sucedido en el almacen? ¿Quién.....había entrado? ¿Por qué? ¿Qué quería? Temblé ante el recuerdo. No sabía que había sucedido allí dentro. Si era una broma pesada o algo real. Pero si fue algo real me alegraba de haber salido de una sola pieza de aquel lugar. Solo podía obviar el asunto recordando la sorpresa que me tenía guardada mi compañera de trabajo: una reunión con nuestro jefe advirtiéndonos de que tendríamos dispositivos de localización entre nosotras y walkie talkies para hablar en caso de que necesitaramos a otra compañera sin dejar de atender a los clientes. ¡Era perfecto! Aunque ya había trabajado con ese tipo de dispositivos en mi antiguo puesto de trabajo. Pero sería una magnífica sorpresa para mis compañeras. Paula había tenido razón.
 Seguía emocionándome la idea de ver las caras de mis compañeras cuando vieran lo que tenían preparado. Pero ya era hora de volver a mi casa y tuve que irme sin despedirme de Raquel. Tonta de mí, que había intercambiado un turno con mi compañera y tendría que ir ésta tarde también. Un favor no hace daño a nadie. Y a mí también me favorecía. Me mantendría ocupada toda la tarde. Aunque no hubiera clientes a los que atender, mi mente estaría ocupada.
 No tenía remordimientos. Raquel encontráría una nota mía en la que le avisaba que ya había vuelto a mi casa. Era un poco patético, pero no quería llamarla ni enviarle un sms al móvil por si le sonaba en medio de las clases. Me sentiría irremediablemente culpable.
 Subí por las escaleras, haciendo un poco de deporte. Me encontré con varios vecinos pero ni me saludaron. No le di importancia. Los días que me saludaban yo no lo hacía. Odiaba a las personas que te conocían y que en cierto lugar y con ciertas personas me saludaban y en otras circunstancias no. Lo odiaba. Y a esas personas las ponía en mi "lista negra".
 Me reí en voz alta y me tapé la boca con las manos. Giré la cabeza hacia el techo, haciéndola hacia atrás y me inundó una alegría creciente. No podía creer que una estúpida situación con alguien que no me saludara me provocaría una risa sincera, alegre, desahogadora. Me sentí mejor y continué subiendo las escaleras a ciega de alegría. No miraba hacia donde iba. Todavía estaba anonadada de oír mi propia risa.
 Llegué a la planta de mi apartamento y pasé por delante del ascensor antes de girar hacia la izquierda. Y entonces sentí un dolor tan grande en la cara que perdí el sino y caí hacia atrás con todas mis cosas, chocando contra el suelo con mi cabeza. Mi bolso y la mini maleta cayeron sobre mí y formé un estruendoso espectáculo.
 Alguien gritaba mi nombre. Corrió hacia mí. Yo estaba tan desorientada que aún no asimilaba lo que acababa de ocurrir. No podía moverme, tampoco sabía que debía hacerlo. Mis ojos permanecieron en la mismísima negrura. Poco a poco se fue aclarando y distinguí el color blanco del techo. Aturdida. Estaba aturdida. Mi cabeza daba vueltas. No podía procesar nada.
 El peso sobre mí fue desapareciendo poco a poco y mis cosas se alejaron de mí, dejándome respirar, liberándome del peso. Unas manos frías se posaron a ambos lados de mi mejilla y me movieron ligeramente la cabeza. Oía un zumbido en cada oído que apenas me dejaban identificar las palabras urgente que murmuraba alguien.
 Sentí algo deslizándose por mi boca hacia mi cuello y penetró en mi boca mojando mis labios. El líquido llegó a mi lengua y pude saborear el dulce sabor de la misma sangre. Alguien se asomó por encima de mi cara y tapó la supercie plana y blanca del techo. Al principio solo era un figura negra sin cara y sin bordes, pero mi visión se fue aclarando y distinguí dos ojos ocultos por unas gafas. Intenté sonreí pero no pude. Mi cara se contrajo en una mueca de dolor.
 Mi mente se fue despejando poco a poco y sentí que ese muchacho al que todavía no sabía ponerle nombre me cogió de la mano y me la apretó fuertemente esperando a que yo regresara a la realidad. Sentía una extraña punzada en la parte trasera de mi cabeza y en mi nariz sentí el fuerte latido de mi corazón que mientras mi mente estaba más despejada me dolía y me martilleaba más rápido y más fuerte.
 El chico me tocó la nariz cuidadosa y lentamente. Bajó la mano con cuidado y me limpió mis labios y mi barbilla en la que goteaba la sangre......
 ¡Sangre! Mi mente se disparató inmediatamente. Miré al chico bruscamente. La cabeza me dolía por delante y por detrás. ¿Qué había pasado? Yo........¿estaba tendida en el suelo? Alcé los ojos hacia el muchacho que me atendía. Un chico alto pero no lo parecía al estar arrodillado junto a mí. Sus grandes ojos estaban ocultos por unas gafas. Lo reconocí inmediatamente. Se trataba de mi vecino. Roberto. Su expresión angustiada y sus ojos temerosos sobre mí me hicieron pensar que me había pasado algo grave pero evalué mi cuerpo y no sentí nada excepto en mi cabeza. Alcé mi mano y sentí que pesaba una tonelada. Agarré a Roberto de la muñeca y me pareció que mis manos estaban hinchadas y rojas, pero solo era una sensación. Dirigió la mirada hacia mis ojos y bajó la mano con la que me había estado limpiando mi maltratada nariz.
 Cerré los ojos e intenté sonreirle. Una pequeña sonrisa que lo calmó.
   -Jess....¿te encuentras bien? ¿Te duele algo más que la nariz? ¿La cabeza?
 Su mano se acercó a mi cabeza y sentí su ligero roce, que apenas me tocaba la cabeza. Cerré los ojos de nuevo.
   -Estoy....un...poco mareada.--salió de mi boca sin darme cuenta, como si fuera otra persona.
   -¿Puedes levantarte?--agrandé los ojos y casi se me salen de las órbitas. No estaba segura de si podía levantarme. Estaba tan mareada que me camuflaba la sensación de mi propio cuerpo.--Yo te ayudo. Hay que llevarte al médico. Mirarte la nariz.
 Negué con la cabeza. No quería ir al médico. Esto se me pasaría. Necesitaba tumbarme en mi camita, dormir y ya después cuando me despertara vería los daños sufridos.
   -Al único sitio al que iré es a mi cama. Ya después pasaré por el médico. Tengo turno de trabajo ésta tarde.--expliqué.
 Necesitaría dormir bastante para no estar hecha caos en el trabajo. ¡Mierda! ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí hoy? ¡Precisamente hoy!
   -Pero tienes que ir al médico......
 Negué con la cabeza y le cogí una mano, cerrando la mía firmemente sobre la de él. Entendió lo que quería y se acuclilló, agarrándome del codo. Yo me apoyé con la otra mano en el suelo y me levanté haciendo un esfuerzo sobrehumano.
 Cuando estuve sobre mis propios pies agarré a Roberto del hombro, impidiendo precipitarme contra el suelo de nuevo. Pasaron unos minutos y me dispusé a andar. Pero entonces recordé mis cosas, esparcidas por el suelo.
   -Ya las llevo yo cuando te dejé en tu apartamento.--se ofreció Roberto.
 Era un auténtico cielo. Pero jamás en mi vida nadie me había estampado una puerta contra las narices y mucho menos provocarme un desmayo ni desorentación ni mareo. Entramos en mi piso y me condujo a mi habitación según mis indicaciones.
   -No te he visto en días y para un día que te veo.....te hago esto.--dijo Roberto entrando por mi habitación.
   -He estado con una amiga.--le miré y me reí de su expresión--No te preocupes, me han sucedido cosas peores...--intenté aliviar su culpa. En verdad si lo miraba desde otro punto de vista esta no era la peor cosa que me sucedía. Desde otro punto de vista.
 Me acosté en la cama y Roberto dejó un sobre blanco sobre mi mesilla. Uno muy parecido al.....muy parecido a ese.
   -Estaba en el suelo.--sonrió--Voy a por tu cosas. Las dejaré en el salón. Por cierto,--dijo dandose la vuelta hacia mí--vendré a las cuatro para llevarte al médico. Lo siento de verdad.
 -Descuida--hice un movimiento con la mano y él sonrió. Cerré los ojos, abandonándome a la nada, confiando en que Roberto cerrara bien la puerta de mi apartamento.

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