Estaba hecha polvo. La cabeza me zumbaba y la nariz la sentía como una bola de tenis partida por la mitad. Me miré al espejo por octava vez. Mi aspecto era deprorable. Realmente espantoso. Parecía un zombie acabado de renacer.
Pasé mi dedo por encima de mi maltrecha nariz pero sin llegar a acariciarla. Ya bastante me dolía por si sola como para tocármela y sufrir más de la cuenta. Se había hinchado mientras dormía y lo peor es que también se había ido coloreando de un rosita muy cantoso y espantoso. Por alrededor de mi nariz brillaba un rojo seco y apagado que eran los restos de sangre que no me podría limpiar si no quería sentir nada peor. O quizás solo fuera por el dolor que había sentido mientras me lo limpiaban. Cierto, estaba exagerando. No había sentido nada de nada.
Lo único bueno era que al menos ya se me había pasado el estado de shock y sobre todo la debilidad que sentía al momento de caerme. Me encontraba mucho mejor si lo miraba desde otra perspectiva.
Volví a fijarme en el espejo. Me daba mucha vergüenza. Y sobre todo, no solo mi nariz, sino el algodón y la sujeción adhesiva para que no se cayese.
¿Vergüenza? ¿Por qué debería tenerla si había sido un accidente? Seguro que si me hubiera roto el brazo o cualquier otra parte de mi cuerpo no me la daría. Entonces....¿por qué sí mi nariz? Bueno, básicamente porque me parecía a rudolf, el reno con la nariz roja con un bombillo.
Suspiré. Fuera del baño Roberto me esperaba. El pobre estaba más traumatizado que yo y no dejaba de repetirme constantemente que él nunca había hecho algo así, que era la primera vez, que no podía creerse que se lo hubiera hecho a una chica......y bla, bla, bla. Y la verdad es que me animaba su actitud. Me hacía reír y olvidarme del aspecto de mi nariz.
Salí del baño. No podía hacer otra cosa, además de que desde aquí me llevaría al trabajo y puesto que no tenía coche iría a buscarme cuando terminara.
Me vio y se me acercó rápidamente con los brazos cruzados sobre su pecho. Tenía una mirada cansada y cargada de remordimientos. Ya empezaba a molestarme de verdad.¿Qué tenía que decirle a ese chico para que entendiera lo que quería transmitir? Suspiré fuertemente, le rodeé el brazo y tiré de él hacia fuera. El trabajo me esperaba. No podía llegar tarde.
***
Roberto hacía ya más de tres horas que me había traído al trabajo. En cuanto llegué había soltado el bolso en la taquilla consciente de que había traído un sobre blanco que probablemente no me gustaría. No sabía la urgencia que sentía hacia él. Sinceramente, no me imaginaba como había podido ser capaz de traer algo así al trabajo. ¿Y si alguien la veía? ¿Y si descubrían algo que no deberían y entonces avisaran a la policía? Sería el colmo.
Pero igualmente hoy era una tarde algo tranquila. Más de lo esperado, pero entonces recordé que hoy había un partido importante de fútbol. Los bares estaban se iban llenando de gente, mayoritariamente hombros y chiquillos jovencitos reservando un asiento para cuando empezara. Era una lástima perderme el Madrid-Barça, pero el trabajo era lo primero.
Oía el murmullo de mis compañeras hablando entre ellas, cuchicheando. No sentía ánimos para unirme a ellas. Permanecí apoyada en el mostrador mirando el porcentaje de ventas que habíamos tenido hasta ahora y enseguida volví los ojos hacia la entrada de la tienda.
Una chica de aspecto barrio-bajero. Las ropas desgarradas. Completamente. Me alarmé y me levanté del mostrador apoyando solo las palmas de mis manos sobre él, vigilando la caja fuerte con el rabillo del ojo. Llevaba el pelo desordenado. Parecía que no se había peinado ese día. Pero a lo mejor podría hacer días que no se peinaba. Y lo tenía un poco encrespado, deformando sus rulos negros. Sus ojos color chocolate se encontraron con los míos y tuve que obligarme a forzar una sonrisa puesto que ya había visto que la miraba. Murmuré un hola por lo bajini y la chica sonrió como si ocultase un secreto que ella supiera y yo no. Me recorrió un escalofrío por la espalda y las manos me empezaron a sudar.
Aquella chica me inquietaba. No podía evitarlo. Pero al menos no tuve que atenderla yo. Se dirigió directamente a María Dolores, que se volvió con una sonrisa sorprendida en el rostro.
Mi corazón palpitaba. Sin razón, sin remedios para detenerlo. Y mi cabeza me gritaba que hiciese una cosa, que lo hiciese aunque en realidad no quisiera.
Me acerqué a la taquilla y abriéndola cogí mi bolso. Me llamaba. Me llamaba como si fuera una droga, mi droga. No podía detenerme. Resbuqué en mi bolso hasta dar con ella. La carta blanca.
La saqué de allí, escoltándola con mis dos manos. Le di la vuelta de modo que el adhesivo quedara hacia mí. Ni remitente, ni receptor, ni dirección. Nada oficial. Me sudaba, no solo las manos, todo. Todo mi cuerpo.
Bum, bum, bum,.......bum. Mi corazón se saltó un latido que me hizo despertar. ¿Que estaba haciendo? Miré la carta con horror. No podía. ¡No podía sacarla en un sitio público! No podía......
Caminé hasta el almacen. No creía que se fuera a repetir lo de la última vez, pero igualmente me cercioré de que no hubiese nadie y después me apoyé en la última estantería, completamente alejada, esconcida de todo lo demás.
Cerré los ojos. El terror por no saber lo que me esperaría me invadía. Terror por creer que era algo como la primera carta de todas. No podía relajarme, pero debía.....
Rajé la carta con un dedo y la abrí. Mejor rápido que lento. Detuvé mi respiración y saqué la carta del sobre. Volví el papel doblado para que las letras quedaran ante mis ojos. Aquello, sería más difícil de decir hacerlo que de hacerlo en realidad. Lo desdoblé.
Jadeé. No pude evitarlo. No podía....evitarlo. Mis ojos se agrandaron, incapaces de leer por un momento. Era igual que la otra. ¡Era igual que la otra! ¡Igual! ¡Igual! Roja. Las letras eran rojas. Rojas.....no era rojo. ¿Era sangre? ¿La otra carta también lo era? ¿Sangre? El papel tembló tanto que no pude leer. Letras. Rojo. Sangre. Letras. Rojo. Sangre.
Leí la frase una y otra vez. Hasta que pude comprender el mensaje. Iba dirigido a mí. A mí.....
"La sangre con la que escribo...pronto podría ser la tuya. Aprende a callar"
Sí. ¡Oh, dios! ¡Era sangre de verdad! Alejé mis dedos de las letras agarrando el borde del papel. Había una imagen.....una imagen mía. Mía y de otra persona. No se le veía. Era solo una sombra delante mía con la mano negra hacia mi. Mis ojos cerrados.....un cuchillo en mi garganta.
Mi mueca horrorizada era suficiente. Hice desaparecer el papel.
Era para mí. Me amenazaba si no me callaba la boca. Pero yo no...yo no había dicho nada. ¡Nadie sabía nada!
La.....sangre tuya......aprende a......callar. Repetí en mi cabeza sin parar. Transtornada.
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