Me erguí en la cama rápidamente, sintiendo mi corazón golpeando mi pecho. Mi cuerpo estaba sudado y pegajoso; y yo.....temblando del miedo. Miedo. Miré a un lado y otro como había sucedido en mi sueño, solo que esta vez la familiaridad me golpeó como una bofetada en la cara. Mi casa.
Estaba en mi cuarto. Mi apartamento. Tras las cortinas, el sol floreaba ya, inundando mi habitación de colores blanquicinos debido a las cortinas blancas.
Mi despertador comenzó a vibrar en esa fracción de segundo que llevaba despierta, desorientada. Marcaba con números rojos y fluorescente las ocho y media.
Me pasé la mano por el pelo y mi mano se humedeció.
"Mierda" pensé para mis adentros. Sencillamente esto era lo peor que me había sucedido.
Intenté recordar el sueño, procesándolo. Pero me daba miedo. Tanto que quería echarme a llorar e ir corriendo a la cama de mis padres para que me abrazaran fuertemente como habían hecho cuando era pequeña y tenía pesadillas. Ellos, mis padres, me habían protegido de mi subconsciente, que era el culpable de lo que soñaba y me habían enseñado a no tenerles miedos, a afrontarlo como una verdadera luchadora. Pero ahora......
El timbre de mi apartamento sonó. Mis ojos se abrieron de par en par, sobresaltada. Respiré entrecortadamente.
¿A estas horas? ¿Quién era? Nunca, nunca mi timbre había sonado a estas horas de la mañana. Salté fuera de la cama, metiéndome en mis zapatillas azules de terciopelo. Me recogí el pelo caminando hacia la puerta y me paré delante de ella, mirando la pantallita del interfono.
No había nadie. Solo se veía la acera de cuadros blanca y negra despejada y me mosqueé. No era el timbre del interfono de la calle, era el que había al lado de mi puerta, junto a la luz temporal de las escaleras. Y no podía ver quien era.
Apoyé ambas manos en la puerta a la altura de mi cara y me apoyé en ellas. Cerré los ojos suavemente y pensé.
Relajé mi mente. No podía ser. No podía ser él. No me conocía, no sabía donde vivía. No sabía nada de mí. No podía ser. No vendría a por mi un día después, no lo haría. O al menos eso pensaba yo poniéndome en su lugar. ¿Entonces......?
No pensé más. Agarré el manillar de la puerta y la abrí lentamente.
Un chico super familiar descansaba en la puerta. Sus gafas ocultaban sus ojos azules, lo deslucían. Pero generalmente llevaba lentillas y se podía disfrutar de su visión. El pelo lacio marrón le llegaba hasta la barbilla, peinado hacia atrás ahora. Seguía siendo tan alto como siempre. En su mano agarraba un maletín negro y llevaba puesto su esmoquín de trabajo, con una corbata lila muy mona.
Roberto.
Mi vecino de enfrente. Tenía cuatro años más que yo, veintiseis, y me había pasado días y días en su apartamento intentado consolarle tras la marcha de su novia. Cuando había entrado en su apartamento para empaquetar las cosas de su novia y ayudarle a bajarlas al coche de ésta, una profunda tristeza me invadió. El piso quedó prácticamente vacío cuando terminamos de llevar las cosas de Teresa, la novia perdida.
No sabía mucho de rupturas. La mayoría de las veces era yo la que dejaba a mis novios, aunque claro que sabía lo que era. Lo sabía y me entristecía. Este chico había tenido muy, muy mala suerte. Pero él no me había pedido ayuda. Se la había ofrecido yo. Las noches se me hacían eternas cuando le escuchaba llorar, ahora, ya lo llevaba mejor y no le escuchaba llorar. Pero los vecinos habían que ayudarse entre ellos y eso era lo que había hecho. Me mostraba muy voluntaria con todo y con todos. Aunque a veces me preguntaba si era por propia voluntad o solo para intentar el vacío que sentía a veces en mi pecho.
-Buenos días, Jess--murmuró. Me miró a la cara, escrutando mi rostro.
-Buen....--comencé a decir pero me interrumpió.
-¡Oh! ¿Te he despertado?
-No, que va. Has tocado el timbre justo cuando acababa de despertarme. Ja ja--reí. El pareció relajarse. Tener una vecina tan joven e inmadura no era del todo un suplicio. Era muy interesante.--Bueno.....¿necesitas algo? Es que me tengo que habilitar para ir al trabajo....
Señalé por detrás de mí. Ya no sentía nada excepto simpatía y alegría. Una inmediata que me hacía sentir ese chico.
-Ah, claro. Mm...precisamente acerca de eso te quería hablar. Como tú trabajas en el centro comercial de Jarón, pues, quería saber si me podrías alcanzar en coche hasta allí. Tengo una entrevista en el edificio que está detrás.
-Sí, no hay problemas. Pero me tengo que duchar y desayunar, asique si no te importa esperar....
-Oh, no. La entrevista es a las nueve y media, todavía queda una hora--sonrió. Yo le invité a pasar y cerré la puerta detrás de él.
Por un nano segundo me había hecho olvidar la pesadilla que había tenido y acerca de quien creía que iba a ver detrás de esta puerta, pero el recuerdo volvió a mí tan rápidamente como me metí en la ducha para eliminar los restos de sudor. El agua fría la sentí como hielo rajando mi piel, pero a pesar de eso no me molesté en subir la temperatura. Me venía de perla.
Mi mente se despejó, mi cuerpo tembliqueó y cuando salí de la ducha no sentía el aire tan frío, al contrario. Lo sentí completamente cálido.
Me preparé y cuando dejé el frasco de perfume sobre mi tocador salí disparada hacia el salón.
El piso en sí no era tan grande como lo sería una casa, pero a mí me gustaba tenerlo todo a mano y tan acogedor.
Rob se levantó nada más verme y me siguió bajando las escaleras, pero no antes de que cerrara la puerta con llave. No me fíaba de nadie.
Fuera el aire era aún más cálido, el sol abrasaba mi piel, haciéndola arder. Entré en el coche y puse el aire acondicionado hasta que sentí que mi nariz se congelaba y que no podía tomar aire en mis pulmones. Roberto resoplaba por lo bajo. No era la primera vez que le llevaba a algún lado en coche. El suyo era tan viejo que constantemente se estropeaba. Pasaba más tiempo en el taller que conduciéndolo. Asique ya estaba más que acostumbrado a mi estúpida constumbre de matarme de frío.
-No entiendo como lo aguantas, de verdad.--comentó por lo bajo.
-Bueno....es solo cuestión de gusto. Prefiero refrescar un poco el ambiente, odio el calor.
Le eché una miradita y seguí mirando a la carretera.
-Tú lo que quieres es matarnos con una hipotermia.
Reí. Él se abrazó a sí mismo, temblando del frío. Cambié la dirección del aire, todo hacia él y le puse la calefacción un rato. Lo suficiente para que dejara de temblar y lo apagué.
Detuve el coche en frente del edificio al que debía ir Roberto y bajé la ventanilla cuando él cerró la puerta del coche.
-Gracias por traerme.--murmuró en voz tan alta que pensé que no había visto la ventanilla deslizándose hacia abajo. Puse los ojos en blanco.
-Nada. ¡Suerte con la entrevista!--grité en cuanto se hubo alejado.
Yo conduje hasta el centro comercial y aparqué el coche en el sótano, resguardándolo del sol.
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