Vive el presente, no el futuro.

Vive el presente, no el futuro. No esperes a que llegue mañana, disfruta de lo que tienes hoy.

10/11/2011

Acorralada 6ª

En la puerta de mi edificio no conseguía encontrar esa paz que necesitaba. El sol había ido avanzando a medida que yo vacilaba. Subí corriendo de nuevo a mi piso.
 Roberto, mi vecino, me abrió la puerta inmediatamente. Él era la única persona que tenía a mi alcance que pudiera ayudarme, consolarme. En este momento me sentí como una niña pequeña, demasiado pequeña. Y de hecho prácticamente lo era. Solo tenía veintidos años. Solo esos.
 Abrió la puerta de su casa y me abalancé sobre él, agarrándome con fuerza y haciéndolo retroceder por el impacto. Su cuerpo se puso rígido y unos segundos después, comprendiendo lo que sucedía relajó sus brazos y me envolvía, vacilante, entre los suyos, cerrando la puerta de su casa. Enterré mi cara en sus pecho y lloré.
 Lloré hasta empaparle lo que quiera que fuese que llevaba puesto. Mis ojos cerrados no veían nada, pero mi olfato me transmitía su olor particular. Al igual que su casa. "Su casa...." pensé "....tiene su olor...."
 Él dio unos pasos hacia atrás intentando soltarse de mi abrazo y dejando caer mi pelo azabache. Sus caricias pararon. Me recordaron a las caricias de mis padres cuando trataban de calmarme en momentos de oleajes. En momentos malos y me sentí mejor. Me sentí llena. Sus manos eran grande sobre mi espalda, casi abarcaba mis espalda con sus dos manos. O quizás yo era demasiado pequeña en comparación con él.
 Me alejé. Mis manos cerradas en puñitos limpiaron mis ojos, despejándolos de lágrimas desahogadoras.
 "Mi aspecto era tan rídiculo" pensé. Iba con ropa de casa, unos pantalones de chandal negros y cortos y una camisa hueca blanca y por supuesto mis zapatillas azules de terciopelo. Mi cara debía de estar un poco colorada por el llanto, mis ojos rojos de dolor.
 Me agarró del antebrazo y me llevó a su sofá, sentándose él en el pequeño sillón que estaba al lado del grande, donde yo me sentaba. Me miró de hito en hito, esperando a que empezara a hablar,a explicarle esa intromisión en su vida. Ese pequeño tiempo que le estaba robando.
 Lo miré a la cara y me asusté. Sus ojos ocultos bajo sus gafas me examinaban con una paciencia enorme, como si fuera un experto en consolar crías colegialas. Aún llevaba puesto el esmoquín pero sin corbata y sin chaqueta, con la camisa un poco desabrochada. Había venido en mal momento. En muy mal momento, pero él no me había detenido y seguía ahí esperando a que hablara.
 Me limpié las nuevas lágrimas que cayeron. Él. Él iba a ser mi confidente, mi cómplice. ¿Pero de verdad se lo iba a decir a él? ¿Y si la policía me descubría? ¿Y si descubrían que era una mentirosa? Al no hablar, al no contarles lo que tenía que decir ya me había condenado a mí misma. Lo había hecho. Era cómplice. De mi propio ataque y de ellos. Estaba ocultándoles información a la policía. Pero es que......¡tenía tanto miedo!
 Rodeaba mis huesos poco a poco, devoraba mi piel. Penetraba más profundamente en mi corazón, en mi cabeza, paralizándome.
 Mis ojos se encontraron con los de él y mi cara se arrugó hasta volver a llorar. Cubrí mi cara, escondiéndola de él, de todo lo que me rodeaba. Mi cuerpo dio una sacudida. Sollocé.
 Una mano se volvió a posar en mi espalda, consolándome.
 -¿Qué te pasa?--preguntó paternalmente, sonando como si quisiera protegerme, ayudarme. Agarró mi barbilla y quitándome las manos de la cara, giró mi rostro hacia él, obligándome a darle una respuesta.
 -Tengo miedo.--mi cuerpo dio otra sacudida y lo que dije quedó acortado por un sollozo.
 Di varias respiraciones largas, intentado tranquilizarme.
 -La otra noche.....antes de anoche.....--comencé.
 No estaba segura. ¿Era bueno decirle la verdad a Roberto? ¿Toda la verdad?
 -.....Vi una persecución. Eran dos chicos y uno de ellos......--temblé de miedo--.....tenía un cuchillo en la mano....
 Mis ojos, que solo miraban mi regazo parpadearon atontados. ¿Había mentido? ¿Por que no le había dicho la verdad?
 Eso....no era del todo mentira, pero no podía. No podía hacerle cómplice. No, porque sino las consecuencias le arrastrarían a él también. No podía decirle a nadie que habían estado a punto de matarme. De marcharme de este mundo para siempre sino era a la policía primero. Ellos debían de enterarse primero. Pero eso que le había dicho a Roberto fue exactamente lo mismo que conté a la policía. No había visto nada.
 Suspiré alejando la imagen de mi cabeza.
 Rob sonrió. Sin decir una palabra me abrazó de nuevo y me reconfortó. Sin decir nada, sin preguntar nada, me calmó. Me recordó al hermano que siempre quise y nunca tuve.
 Reí nerviosa.
 -Gracias.
 -¿Te sientes mejor ahora?--preguntó con voz dulce, delicada. Asentí con la cabeza.--Bien.....si me permites la pregunta....¿Has hablado con la policía?
 Me dediqué a mirarlo, sin sentimientos.
 -No es que no me preocupe que no te haya sucedido algo.....te veo aquí y no veo nada mal en tí.....
 Lloré, por dentro. ¿Nada mal en mí? ¿Nada mal? ¡Todo está mal! Quise gritarle, pero me negué. Me estaba consolando, me hacía sentir mejor.
 -Sí. Está todo solucionado....pero no lo saco de mi cabeza.--susurré.
 -Estás traumatizada.....
 Asentí con la cabeza. Traumatizada. Esa era la palabra correcta.
 -Solo.......necesitaba contárselo a alguien.--sonreí.
 -Te entiendo.--movió la cabeza de arriba abajo ritmicamente.
 -Bueno.....gracias por escuchar. Debería irme.--levanté una mano en señal de despedida, dirigiéndome hacia la puerta.
 Salí al pasillo. A estas horas estaba perfectamente iluminado gracias a la luz del sol que entraba por las ventanas. Parecía todo más tranquilo, seguro.
 -¡Espera!--gritó fuertemente, asustándome. Corrió hacia mí.--Quédate y después, más tarde cenamos....
 Miré por detrás de él, hacia su casa.
 La viejita que vivía al lado de mi piso pasó entre nosotros murmurando saludos de mala leche. Normalmente solía ser muy dulce. Soltó las bolsas de la compra y metió la llave por la cerradura con su mano temblorosa. La observé entrar y después volví a concentrarme en Rob. Lucía tranquilo, esperanzado de tener compañía esa noche, de dármela a mí.
 Miré mis zapatillas, que me indicaban lo que quería hacer yo realmente. Él dirigió la mirada hacia donde miraba yo y rió en voz alta, contagiándome.

No hay comentarios:

Publicar un comentario