Tan solo habían pasado dos semanas eternas. Pero para mí significaron años. Dos duras semanas.
Iba a trabajar y permanecía en cuerpo pero no en alma con la realidad. ¿Miedo? Ya no tenía tanto. Consuelo había encontrado a partir de una mentira y ahora, incluso me sentía mejor. Extraño pero verdad.
Cada día que pasaba y quedaba atrás pensaba un poco menos en lo sucedido. Soñaba pesadillas menos a menudo. Despertaba con el corazón latiéndome contra el pecho y sudada menos que antes. Ya casi, si quería, podía olvidar fácilmente todo.
Rob me hacía más compañía ahora, que antes de que todo esto y la falsa confesión sucediese. ¿Era eso hipócrita? ¿Masoquista? ¿Tenía que sucederme algo malo para obtener algo bueno a cambio? Porque yo no deseaba ni lo uno ni lo otro.
Había reducido las salidas nocturnas. Eso sí que era cierto. Pero, solía quedarme en casa, descansar o quedarme con mi vecino hasta cierta hora de la noche, acompañada. Mejor eso que sola, desde luego.
Dejé caer las llaves en la mesita de entrada y tiré mi bolso junto a ellas.
El día había sido horrible, terriblemente horrible. Mi compañera se había dado de baja por un equince en el pie y ahora no tenía con quien hablar excepto con una chica antipática y arisca que se esforzaba más por parecer animada y simpática a los clientes que buscar una compañera para pasar el rato en las horas muertas. A-bu-rri-da.
Reconté el correo y miré la fuente desde donde me mandaban las cartas. Una de la chica que me había vendido el piso, propaganda de cosméticos, la revista de la digital plus y una carta blanca anónima.
Abrí la última, curiosa. La tanteé con las manos y sentí cierto volumen dentro de la carta. Su peso me intrigaba aún más. No era muy grande.
El timbre sonó y fui a abrir. Dejé las cartas sobre la encimera de la cocina y abrí la puerta.
-¡Raquel!--exclamé completamente ilusionada.
No la había visto desde......Hacía mucho que no la veía. Me reavivó el cuerpo por completo, agradablemente sorprendida.
La rodeé con mis brazos y la apreté tan fuerte que le corté la respiración y ella la mía cuando me devolvió el abrazo.
Su pelo estaba completamente corto. Tanto que por poco no podía agarrar los mechones con mi puño. No pude enterrar la cara en el familiar olor y suavidad de su pelo. Estaba estupenda.
Ella rió en voz alta a la vez que la hacía entrar en mi piso.
-No me contestaste al móvil, asique he venido a secuestrarte para una comida......¿No habrás comido verdad?
Negué con la cabeza. Se sentó en el sillón y yo frente a ella permanecí de pie.
-¿A dónde me llevarás?
-Jess.....acabo de decirte que te voy a secuestrar. ¿No recuerdas lo que significa?
Me guiñó un ojo y yo reí. Asintiendo con la cabeza.
-Sí, no podré saber a donde vamos hasta que lleguemos. Lo recuerdo.--sonreí, feliz.
-Bien, pues ¿a qué esperas? Cambiate ¿no? No creo que quieras ir con esa ropa sudada.....
Le lancé la revista a la cara y fui a cambiarme. Ella leyó la revista que le había lanzado mientras me preparaba. ¿Tenía ganas de salir?
Bueno la verdad es que no había salido mucho últimamente. Me alegraba su visita y sobre todo que me salvara de mi aislamiento. Raquel era así. Aunque ella no lo supiera siempre aparecía en el momento más oportuno de todos. Era como si acudiese por una llamada silenciosa que ella no era consciente de que exitía.
Me recoloqué la camisa y me dirigí a la cocina a por un vaso de agua. Me giré y vi las cartas sobre la encimera.
Dejé el vaso de agua en la mesa y cogí la carta blanca. Por un momento había permanecido olvidada de mí. La abrí más contenta y entusiasmada que antes y metí la mano dentro.
Frío. Una superficie rugosa chocó contra mi mano y la rodeé con ella, sacándola del sobre, descubriéndola antes mis ojos y agarrándola fuertemente.
Un papel pequeño se deslizó fuera del sobre cuando saqué mi mano. Paralizada.
Contemplé aquella broma maldita. Mi respiración se aceleró y todo me vino de golpe, cayendo sobre mi espalda como una enorme carga. La que había permanecido suspendida en el aire esperando este momento.
Miré el metal brillante y cortante que seguía al mango que agarraba con fuerza en mi mano. Una navaja.
Con la boca abierta, con los ojos desorbitados y con el corazón en el aire, me agaché, recogiendo la nota y sosteniéndola entre mi mano como si pesara más de lo que debía pesar un simple papel. Puntitos negros me acompañaron mientras intentaba leer. Se secó mi boca.
¿RECUERDAS?
Escrito en letras grandes a lo largo del folio blanco con letras rojas. Mis ojos se humedecieron y una gota cayó en el folio, comprendiendo que era esto.
La mano con la que sostenía la navaja comenzó a temblar.
¡Suéltala! ¡Suéltala!
Proferí sonidos incomprensibles.
Más lágrimas cayeron sobre el folio y la tinta roja se corrió, como si se tratase de sangre.
-¿Vamos?--su voz sonó detrás de mí.
Reaccioné inmediatamente y guardé todo en el sobre antes de que pudiera ver nada. Antes de que pudiera descubrirme a mí misma ante ella. Limpié mis ojos y me giré, alejando aquella carta lo más lejos de mí.
-Claro.
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